Rodeados

29 de diciembre 2025 - 03:05

Me siento como en una reserva india, primera fase, que va perdiendo todos sus derechos ante el beneplácito de quien mueve los hilos del autogobierno. La excusa de nuestro nacimiento fue mantener determinadas peculiaridades forjadas a lo largo de los siglos: la cultura, el idioma, nuestra manera de comprender el mundo, la vida y la muerte. Tenía un afán reparador por el dolor que nos habían provocado durante años. De aquellos fines con los que nacimos, van quedando cada vez menos. El emperador chiflado destruye todo lo que toca y es aplaudido por millones de manos que viven fuera de la reserva. Lejos de ella, habitan en un planeta en destrucción al que no quieren ayudar a vivir. Parece que el objetivo es destruir y poco más.

Es complicado estar dentro o fuera de esta sociedad en la que habitan tantos seres sin humanidad, sin corazón. Nos llaman buenistas y nosotros a ellos los cargamos con el término “malismo” (ver Mauro Entrialgo) por no decir malos en general –en todas direcciones–; han dejado de respetar a los seres humanos más desvalidos. Ellos responden que esos son delincuentes, que vienen a robar, a violar, a no sé qué más. Presumen de ser crueles, lo cual los aproxima a los peores años de la Europa del siglo XX. La maldad se convierte en crueldad cada vez de forma más acelerada.

Lo más duro de esta situación es observar como otros desvalidos se han unido a la plebe de sus detractores. La guerra entre pobres es un hecho meditado, programado.

A nivel popular, la situación ideológica es preocupante. Hace unos días una vecina me dijo: “Tenga usted cuidado que cualquier día de esto le mandan de América un dron para matarlo”. Le pregunté por qué. Su respuesta fue rotunda: “Usted es rojo y eso ya no está permitido”. La señora que había sido toda la vida de izquierdas me dejó petrificado. Le respondí que yo era seguidor del Cristo, al que mataron los poderosos. No estoy dispuesto a alejarme de su camino por una sociedad de marionetas. “Usted verá lo que hace”, respondió. “Yo le aprecio y no deseo que le hagan daño, pero espabile que son otros tiempos. No podemos ser lo que éramos”. Le mostré mi desacuerdo.

Habrán comprobado que estoy polarizado hacia la dirección de siempre, la que indican los Derechos Humanos. No puedo tolerar el desprecio y odio con el que son tratadas muchas personas que luchan por dignificar sus vidas. Ningún discurso que vaya contra esas personas puede ser respetado, ni tenido en cuenta, me da igual de dónde proceda el comentario maligno. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia…” Mt.5-14.

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