Rousseau

25 de agosto 2025 - 03:06

En 1977, además de las primeras elecciones libres tras casi cuarenta años de dictadura y el primer congreso constituyente que elaboró la Constitución de 1978, nació, para los que no habíamos vivido otra cosa que no fuese ese túnel negro del llamado caudillaje de Francisco Franco, una palabra que empezó a resonar con fuerza y que costaba pronunciarla: solidaridad. Con más o menos precisión, mejor o peor dicción, de nuestras bocas –viejas o jóvenes pero con ansia de democracia– esta palabra restallaba, hermosa, en plazas y avenidas, callejuelas, callejones, barriadas obreras o de clases medias (cuando aún había personas que se consideraban trabajadores y cuando existía un gran estrato, verdadero, de personas que se podían llamar así). Esa palabra se pronunciaba no para conjurarla y en un ritual de hechicería crearla, se nombraba porque existía. En buena parte de la población española había un espacio para que el ser solidario que se había vuelto a formar quisiese salir y ayudar a ese otro español o española que lo necesitara y no sólo aquí, sino también proyectarlo con la fuerza generadora que da la esperanza.

Solidarios, justos, iguales, con ánimo de crear futuro y que se sentasen a esa gran mesa en la que todos cabíamos. Aunque hubiese temor a que no lo lográsemos. Era la época en la que si a mí se me preguntaba con cuál frase que hubiese dicho algún ideólogo político estaba yo de acuerdo, sin fisuras, hubiese respondido que la de Jean-Jacques Rousseau: “El Ser Humano es bueno por naturaleza y la sociedad lo corrompe”. Ay, después de andar por estas veredas escarpadas de la vida, no lo afirmaría yo tan segura. Me he dado cuenta que el bien y el mal no es algo que esté fuera. No son dioses o diablos a los que se pueda achacar lo que hacemos. Vive en nosotros. Cada una lleva una cantera de ambos sentimientos, y solo se irá decantando por aquello que uno nutra o desdeñe.

Por eso hay guerras tribales; genocidios inmundos de los que se desvía la mirada y “a otra cosa, mariposa”; por eso viejas y viejos enfermos o demenciados son apartados en residencias en función del dinero de cada cual; por eso si un vecino grita desesperado porque no puede controlar una situación, todo lo más que se hace es coger el coche aparcado en la puerta y salir corriendo. No sea que te impliquen.

Pienso si seré capaz de repensar a Rousseau y confiar en la bondad como único camino de esta doliente humanidad.

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