Llevo más de 18 años trabajando como representante comercial. He viajado por España entera haciendo miles de kilómetros. Y lo único que tienen en común unas ciudades con otras son las rotondas, en cómo las cogemos y en cuánto nos enfadamos por lo mismo. Todos. Entramos en cólera cuando alguien cumple con la normativa y la coge por la derecha (como debe ser).

De un tiempo hacia aquí he observado este comportamiento y me he dado cuenta de que, en la mayoría de los casos, el que está actuando bien es el que cede y deja pasar al que grita y gesticula con aspavientos desafortunados. Y no lo hace por darle la razón al que no sigue las señales de tráfico. Lo hace por evitar un accidente.

Esto lo podría usar como metáfora en la vida. En las relaciones personales. En ocasiones, el que está haciendo lo correcto es el que da su brazo a torcer para que la situación no empeore. Y no lo hace por el otro; lo hace por sí mismo, por su paz mental. Porque la inteligencia emocional, a veces, es más fuerte que el ego.

Y hablando de ceder, de rotondas y de ciudades, he caído en la cuenta de lo difícil que es ser de La Línea para el resto del mundo y lo fácil que es para nosotros, los linenses.

Cuando he estado en búsqueda activa de empleo he tenido que hacer un sobreesfuerzo en las entrevistas de trabajo por ser de La Línea. Por no querer trasladarme a Málaga o Sevilla. Por querer vivir en mi ciudad, donde está mi gente, donde soy feliz. Y no cuestionan este tema por aquello de que piensan que aquí todos somos narcotraficantes (que también), sino por la situación geográfica. Porque "ni somos gaditanos, ni somos malagueños". Según ellos, estamos en tierra de nadie y tendría que hacer demasiados kilómetros para llegar a las capitales o para acceder a los clientes más importantes, que, por desgracia, no suelen estar en el Campo de Gibraltar.

Así que hubo un tiempo en el que cedí. Mucho. Como ya había hecho en cientos de rotondas. Y viví por trabajo en Madrid, Almería, Málaga… Hasta que un día me planté y dije: ¡Se acabó! Y no volví a aceptar una imposición de cambio de residencia. No volví a doblegarme por querer seguir en mi Línea de la Concepción. Ya que no es cierto aquello de "para triunfar tienes que salir de aquí". El talento está en uno mismo, solo tenemos que quitarnos los complejos. Decir con orgullo: ¡Yo soy de La Línea! Sin miedos y sin temor a ser juzgados, porque, os aseguro que, entre tanto viaje y tanto paisaje, he llegado a la conclusión que residimos en uno de los mejores sitios de España…

Más quisieran algunos poder decir que viven entre Sierra Carbonera y el peñón de Gibraltar.

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