El río confundido

Las dos ciudades medievales estaban separadas por un río hoy sepultado bajo capas de olvido y confusión

Lo primero no fue la palabra, como se recoge en el libro origen de tantos otros; lo primero es siempre la realidad. De niños, cuando apenas balbuceábamos, la señalábamos con el dedo; luego utilizamos una onomatopeya; solamente cuando comenzamos a surcar la senda del lenguaje y la cultura somos capaces de nombrarla asumiendo los riesgos que conlleva. Quizás por eso, para el evangelista lo primero sea la palabra. Los lexemas no son solo una sarta de vocales y consonantes unidas sin más. A pesar de su arbitrariedad, poco hay de casual en ellas; presentan toda una historia que lleva a sus orígenes.

Poco hay en el lenguaje de gratuito: hasta la -s de Algeciras tiene sentido. El asentamiento de la antigua Al-Yazirat no era uno, sino dos; de ahí la marca de dual tan rara en la toponimia hispana. Las dos ciudades medievales estaban separadas por el cauce bajo de un río hoy sepultado bajo capas de olvido y confusión; un río que antes bordea la sierra de las Esclarecidas, llamada así porque es la primera en recibir los atisbos de luz cada amanecer de ponientes en sombra; un río que lame los pies del pico del Algarrobo, donde crecía el árbol de los quilates; un río en cuyo entorno se alzan, venerables, nombres que rezuman un pasado de historias e intrahistorias; de verdades y leyendas; de claridad y de sendas ocultas: el cerro de los Adalides; las caballerizas de doña Leonor, el llano de los Ladrones, la garganta del Capitán, el cobujón de las Corzas, el puerto de las Hecillas, el arroyo de Botafuegos, el valle de Ojén, la garganta Santa, el llano de las Tumbas, el cerro de Comares, la senda de los Prisioneros, el bosque de Niebla, los llanos del Juncal… El río de la Miel dividía las dos Algeciras medievales, mientras el ADN de las palabras permanece en muchos casos oculto, tan embozado por el tiempo que puede llegar a confundir. En este caso, la palabra llegó a desorientar y crear falsos orígenes, asociando el agua del río sepulto con una miel de diferente textura y gusto. Por el contrario, existe el protoiberismo melhar que significa "angosto", "estrecho" y, por extensión "desfiladero", por lo que el río de la Miel tendría poco que ver con las abejas, sino más bien con la angostura, la estrechez que caracteriza su valle alto y medio desde la sierra de Luna hasta el molino de Escalona; la quebrada que favorece su particular microclima orillado de humedades que allí encajona el constante y marino viento de levante, el cual envuelve en brumas una realidad que las palabras nombran, perfilan, como muestra tangible de la cultura a la que se llega cuando dejamos de señalar con el dedo y comienzan las ceremonias de confusiones.

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