Van a ser estas las primeras elecciones en las que no deposite mi voto en las urnas improvisadas de Los Pinos, el colegio de mi vida. Once años, rozando la ilegalidad, me ha costado decidirme a ser oficialmente ciudadano madrileño, hacer honor al lugar en el que vivo desde entonces y abandonar definitivamente la imbecilidad. Llega un momento en el que la lógica gana al corazón, y con once años votando para los demás la prueba de amor ya está superada.

El caso es que con esta mudanza burocrática de patria he perdido el carné de socio de un grupo poblacional minoritario que, por la apatía de la mayoría, hacía del acto de acudir a las urnas un capricho selecto más que un derecho reconocido y extendido. En Algeciras se da la paradoja de que el diferente es el que vota, no el que no lo hace. Porque esta ciudad es la más abstencionista de toda España. La media de participación de los comicios municipales de 2011, 2015 y 2019 revela que fueron más los que en los días electorales decidieron tirarse a la bartola (51,58%).

En muchas ocasiones –en los últimos tiempos y en un país democráticamente avanzado son las más frecuentes al fin y al cabo–, votar no cambiará el mundo, pero le otorga a uno la facultad instantánea de hacer con fundamento algo muy español: quejarse. El algecireño caminará por el principio del Paseo Marítimo y protestará porque siempre huela a peo, pero mañana se quedará en casa porque está lloviendo. El trabajador del metal se echará a la calle cuando a Cádiz le dé por hartarse momentáneamente de nuevo, “pero mañana mejó sofá y mantita que hoy salgo. Ay, qué resaquita, caraho. Ay la DANA, qué frío”.

El currante se tirará de los pelos porque vive en la sexta ciudad con más paro de España y está condenado a una inactividad sistémica, pero es que “quillo, pa qué voy a votá, si son tós iguale”. El algecireño despide a los suyos antes que el resto, porque Algeciras es la cuarta localidad con menor esperanza de vida del país, pero: “¿Tú te puede cree que hayan puesto las elecciones justo antes de El Rocío? ¡Anda y que les den por culo, me voy pa Almonte!”.

Esta autocracia abstencionista es quizá una de las grandes deficiencias de nuestra ciudad. Desde pequeño he mamado de este rincón las ganas por vivir y disfrutar a pesar de las adversidades. Pero vivir es también asumir responsabilidades. La desafección política jamás será una excusa para que se extinga en nosotros la llama del compromiso cívico. Se encuentra si se quiere encontrar. Se cambia si se quiere cambiar. Pero se acerca la Feria y al algecireño lo único que le importa ahora es saber a qué hora va a quedar el Domingo Rociero.

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