
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Saber irse
En tránsito
El otro día leí no sé dónde que nadie sabe cuántos sueldos se pagan en España –si es que todavía existe ese enigmático país– con cargo a la Hacienda Pública, es decir, al dinero del contribuyente. Por lo visto, un estudioso se propuso elaborar un listado de todos los organismos públicos que se financiaban con cargo a los Presupuestos Generales del Estado, pero la maraña administrativa era tan impenetrable que no pudo obtener ni siquiera un número aproximado de empleados públicos. Y eso –añado yo– que también deberían contarse las ONG –y son innumerables– que se alimentan a costa del dinero público. Y además, toda la tupida maraña –también incalculable– de dinero público que se destina a subvenciones y ayudas y pagas.
Y aun así, en un país que ignora el número exacto de empleados públicos, cada año se convocan más y más oposiciones para cubrir puestos de funcionarios. Y por supuesto, todo el mundo quiere ganar una de esas plazas. Normal. Los funcionarios ganan un 24% más que un trabajador equivalente del sector privado, y en general, sus responsabilidades –salvo profesores y trabajadores sanitarios– son más bien limitadas, por decirlo de manera suave. Por aburrido que sea su trabajo, rara vez se les piden cuentas por sus errores. Y rara vez –si es que eso ha ocurrido alguna vez– se les exige trabajar más o tratar mejor a los ciudadanos que acuden a tramitar un expediente o a resolver un problema.
Pero si esto es así, ¿por qué los empleados públicos están tan deprimidos y de tan mal humor? ¿Por qué suelen tratar tan mal a los cuatro desgraciados que vamos a hacer una gestión? ¿Por qué nos miran con cara de asco? ¿Por qué caminan por la calle, cuando se dirigen al trabajo, con ese pasito microscópico de caracol sonámbulo? ¿Y por qué siempre suelen estar de baja, agotados por sus ilimitadas y tremendas y gigantescas responsabilidades? Anteayer me tuve que dar una vuelta por un centro de salud y sólo se veían caras largas, gestos huraños, miradas torvas (me refiero a los empleados). He tenido la suerte de ser tratado en la Seguridad Social por una médica extraordinaria y por enfermeras y trabajadores entregados y pacientes. Pero me temo que eso, por desgracia, va a ser una excepción. Y eso que ni siquiera sabemos cuántos empleados públicos hay exactamente en nuestro maravilloso país.
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