Feria de Algeciras
Todas las claves de las fiestas

¿Qué hago yo aquí?

15 de mayo 2025 - 03:06

Me he hecho mil veces esta pregunta en situaciones diversas: aburrimiento en más de un acto social y político; conferencias que no terminan nunca, las terribles mesas redondas; los almuerzos soportando al pesado de turno que sufría una crisis del ego y venía a recuperarlo a costa de la buena educación y paciencia del auditorio que solo esperaba el café y copa para salir volando (huyendo es un término débil). En fin, por no nombrar bodas, bautizos y comuniones, más alguna feria que te obligan a chaqueta y corbata. Mi letanía interior, exteriormente solo lo notan los expertos en estos actos, es siempre la misma: “¿qué hago yo aquí?”. Con variables más atrevidas: me voy a marchar, no puedo más, que se queden congeladas las normas sociales y educacionales, me voy, me piro…

El panorama se transforma cuando vas porque crees que alguien te necesita para emerger de una situación de semiesclavitud. Por ejemplo, un joven que se ha propuesto abandonar la prostitución y te pide ayuda. Hablas mil veces con él para garantizar la firmeza de su deseo. Piensas que es una decisión firme. Te pide que lo recojas sobre las doce de la noche para trasladarlo a otra ciudad donde has conseguido una habitación en un piso tutelado en el que tendrá cobijo, alimentación, formación y lo necesario para conseguir una existencia digna.

Son las dos de la madrugada y de él solo sé que ya viene para el lugar en el que quedamos encontrarnos hace dos horas. Me ha enviado tres WhatsApp con un lacónico “ya voy para allá”. La poca gente que pasa me mira, me dice buenas noches y respondo esperando una pregunta que inicie una conversación para poder explicarme. Nada, no tengo suerte.

Pasa otra hora, tres de la madrugada. Pienso en otras ocasiones cuando me dejaron tirado. Aguanté hasta esa hora y luego me fui con la sensación de fracaso.

Hoy parece que habrá más suerte, para él y para mí. Ha llegado llorando, diciendo que nos vayamos ya. “La gente está loca”, “cada vez piden cosas más extrañas”, “por favor, sácame de esta ciudad, no puedo más”, “si mi madre supiera cómo me gano la vida, se moriría”.

Pongo el coche en marcha. Él no deja de llorar, dice cosas incoherentes, muestra su agradecimiento cien veces: “Nunca olvidaré lo que haces por mí”,

El tiempo ha pasado y del “¿Qué hago yo aquí?” he pasado al “ten paciencia, Pepe”.

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