Un provechoso oficio

01 de junio 2025 - 03:08

Analizando la destrucción de empleo, el subterfugio del contrato “fijo discontinuo”, la emigración de talentos que no encuentran aquí acomodo, una economía en recesión que se camufla en subsidios y subvenciones públicas o unos raquíticos sueldos que si acaso llegan para poder pagar las facturas y sobrevivir, es fácil concluir que el horizonte laboral de los españoles es, como poco, sombrío.

Sin embargo y contra todo pronóstico existe una profesión que ofrece grandes expectativas para todos aquellos que decidan ejercerla: la política. Ser político es todo un chollo si se piensa que no se necesita formación alguna para desempeñarla, es más, el mérito académico incluso puede llegar a ser un lastre para ello (piénsese si no en los integrantes del Consejo de Ministros). Tampoco se precisa capacidad de gestión ni habilidad alguna y la experiencia laboral es antes un hándicap que una virtud. Si acaso, los únicos requisitos exigibles para lograr una larga y exitosa carrera son una total ausencia de escrúpulos y el saber decir “sí, bwana”. A cambio a quien entra en la casta política le espera un futuro envidiable. Sin tener que llevar a cabo tarea alguna, reciben unos magníficos sueldos que ellos mismos se suben periódicamente con generosidad, complementados además por unas desorbitadas dietas. Tienen derecho a pensión (la más alta) tras solo siete años de presencia en tan fantástico puesto de trabajo.

Otra de las prerrogativas de los políticos es “enchufar” a familiares, amigos y correligionarios en empresas públicas, relegando para ello a quienes teniendo más méritos, no tienen padrinos. Con todo, la joya de la corona de los privilegios políticos es el aforamiento, esto es, la prerrogativa de no ser juzgados por los tribunales ordinarios sino por los Tribunales Superiores de Justicia (cuya composición determinan los partidos políticos). El aforamiento contradice, sin justificación alguna, el principio de igualdad ante la ley y se recurre a él (sin vergüenza y con descaro) para poder escapar de la acción de la justicia. En la Edad Media los delincuentes se refugiaban en las iglesias para “acogerse a sagrado”, hoy se escudan en los parlamentos tras el epígrafe de “aforados”.

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