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Luis Sánchez-Moliní
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Alto y claro
El nacionalismo catalán, al igual que el vasco, es desde sus formulación a finales del siglo XIX, un instrumento concebido para consolidar y agrandar los privilegios que el modelo de Estado diseñado durante la Restauración les había otorgado. El gallego es otra cosa: se basa sobre todo en elementos culturales . No es de extrañar, por tanto, la deriva que han seguido las fuerzas nacionalistas de Cataluña y el País Vasco hasta llegar al actual estado de cosas. Se trata, sobre todo, de defender un modelo de desigualdad en el que ellos tienen que ser cada vez más ricos y poderosos y los demás más pobres y dependientes. Esa es la realidad que los sustenta al margen de que se proclamen de izquierda o de derecha
El nacionalismo andaluz –si es que así se puede denominar al que surgió en los últimos años de la dictadura franquista y que estuvo en el origen de la configuración del modelo territorial de la transición– es todo lo contrario. Se trata de un movimiento identitario reactivo, que nace para combatir el expolio de riquezas y de personas que había sufrido Andalucía para financiar el desarrollo de las regiones más avanzadas. Si vascos y catalanes se hacen nacionalistas con la revolución industrial, los andaluces toman conciencia de su situación en las décadas de los sesenta y setenta del siglo XX, cuando se está produciendo en el llamado Tercer Mundo un movimiento descolonizador desde presupuestos de la izquierda radical. No es casualidad que una de las piedras angulares de ese movimiento de reivindicación andaluza fuera el libro Andalucía, ¿Tercer Mundo?, publicado por el periodista Antonio Burgos en 1971
Este esquema se puede trasladar a lo que ocurre hoy. Cataluña aspira consolidar por la vía del chantaje político al Gobierno una situación de mayores privilegios de los que ya han disfrutado durante las cuatro últimas décadas (el País vascos los ha tenido siempre). En Andalucía se está configurando un movimiento de resistencia. Pero en contra de lo que hubiera sido lo lógico esa oposición no la está encabezando el partido hegemónico de la izquierda, atrapado en sus propias contradicciones internas y desconectado de la realidad social. Es el partido de la derecha el que se pone al frente de la manifestación y evoca el espíritu del 4 de diciembre de 1977, fecha en la que millones de andaluces exigieron en la calle un rato igualitario para su tierra.
Por eso es tan peligrosa la deriva del PSOE andaluz en este proceso. Está traicionando su historia e ignorando a su base social. Este tipo de errores siempre se pagan.
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