NOTAS AL MARGEN
David Fernández
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álvaro Pombo, al describir su Santander natal, llegó a expresar que en la provincia está todo. Puede ser. Una adecuada selección de luces y sombras, realidades y quimeras, buena parte de los puntos cardinales, los cuatro palos de la baraja, agendas perdidas, diarios del día anterior, mensajes recién llegados, santorales laicos, puertas sin pestillo, cierros a levante, cuartos de atrás, citas a las que no fuimos…
Hay adjetivos que despiertan cultivados rechazos, cosmopolitas desprecios, ilustrados paréntesis, pero también íntimas atracciones e insondables placeres, los que rodean el día a día de existencias anónimas en las que todo se esencializa con la alquimia del más codiciado perfume. Provinciano es uno de ellos.
Tardes de junio eternas, plenas de una luz mojada que gira buscando espacios imposibles; tardes en las que el sol enfila descentrados nortes. Estas tardes de azules y pájaros son un buen momento para traspasar las puertas del Parque y adentrarnos en un espacio que posee la totalidad condensada de una ciudad con aires de provincia. Tras meses de lonas y reformas, especulaciones y polémicas, la verja de hierro deja ver un interior adonde acuden ciudadanos en busca de la naturaleza artificial que todo jardín alberga, pero terminan ahondando en perfiles solapados que el asfalto oculta. Al cruzar la cancela todo parece lo mismo sin ser lo mismo. La misma luz, el mismo cielo, inasibles copas, altas ramas que hemos visto crecer desde niños; sin embargo, las suelas y las miradas bajas nos advierten de lo nuevo: remozados viales, nuevos bordillos, hierros envejecidos que encuadran surtidores y abrazan parterres; suelo apisonado y plantas que viven a la sombra de los altos brotes. Racimos de monsteras, helechos, filodendros, hostas, aspidistras, bruscos, alocasias se agrupan en las retículas de umbría; cicas y canas en los escasos parterres al sol; hileras de begonias enmarcan los paseos; un sinfín de magnolios burgueses escoltan antiguas alamedas y se alternan con palmas tropicales junto a centenarias cercas; un tapiz rojizo y verde no logra ocultar efemérides que han sobrevivido a la reforma.
Jóvenes abrazos de amor entre viejas flores de agapantos, miradas pensionistas bajo palmeras canarias, ensimismadas lectoras sentadas sobre el césped, niños a dos ruedas en busca de surtidores, tobillos inflamados sobre impolutos suelos, mujeres con velo en aireados corros, brazos tatuados oyendo música, gafas de cerca pasando página, libros cerrados sin manos que se posen, relámpagos de imágenes en pantallas de bolsillo, ruido de motores tras filtros de hojas.
A esas horas de la tarde, el Parque es reflejo del todo provinciano, del todo que es lo opuesto de la nada, el boceto de historias nunca escritas, pupilas anónimas, el más vulgar de los paseos, el universo cuadrado azul y verde, umbría y altos soles que iluminan vidas cotidianas, cuartos de atrás, polémicas pasadas de fecha y citas a las que nunca fuimos.
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