Existió entre los monjes cristianos heterodoxos que ocupaban los monasterios de Meteora (aquellos que muchos descubrimos gracias a James Bond en "Solo para sus ojos") una cierta práctica mística conocida como "onfaloscopia". Sus piadosos practicantes se pasaban horas o incluso días con la mirada fija y concentrada en su propio ombligo esperando encontrar en la embelesada observación de ese concreto rasgo anatómico la perfección espiritual o el conocimiento supremo.

La reciente celebración del 40 aniversario de la creación de la Comunidad Autónoma de Andalucía, tuvo la virtud de hacerme rememorar a aquellos ascéticos cenobitas que hacían de su ombligo el centro del mundo. Como todos los años (y a pesar de que milagrosamente hace dos que el remedo andaluz del PRI mejicano había sido desalojado de la Junta tras 38 años de gobierno) se escenificó la misma ceremonia de autocomplacencia que incita a los ciudadanos andaluces a regodearse en sus umbilicales esencias. Los tópicos más manidos son una vez más exaltados hasta el punto de hacernos creer que, como suele decir siempre en su discurso alguno de los agasajados ese día, "nacer andaluz es un privilegio". Sin embargo, sorprende sobremanera que en estos tiempos en que tanto se reivindica la memoria (histórica), sean tan pocos los andaluces que hagan el ejercicio de recordar lo que se nos decía acerca de la calamitosa situación de partida de la recién nacida comunidad en 1980, un desastre achacable sin duda al pérfido gobierno centralista y que, con toda seguridad, se vería revertida en el momento en que los andaluces a través de sus nuevas instituciones tomasen las riendas de su propio destino. Ahora, como entonces, Andalucía encabeza el ranking de desempleo entre las regiones europeas. En el informe PISA que mide las capacidades de nuestros escolares, estamos muy por debajo de la media nacional compartiendo los puestos de cola con Ceuta, Melilla y Canarias, siendo particularmente bochornoso el nivel de los niños andaluces en matemáticas y comprensión lectora. Nuestro PIB per cápita (19.132 euros) a duras penas supera el de Melilla y Extremadura y está muy lejos del de vascos (34.079) y madrileños (34.916) y, desde luego, de las célebres promesas de convertirnos en la "Finlandia del Sur" o la "California de Europa" no podemos más que carcajearnos. Quiere esto decir que nuestra ansiada autonomía no solo no nos ha sacado de nuestro ancestral atraso, sino que nos ha lastrado con nuevas servidumbres: nepotismo, enchufismo, corrupción…Lo más preocupante es que el potencial andaluz sigue intacto: agricultura de vanguardia en Huelva y Almería, tecnología en Málaga, aceite en Jaén y, la joya de la corona, el turismo en toda la región. Quizás es tiempo de dejar de recrearnos en el ombligo para, con esfuerzo y humildad, intentar levantar una región aún anclada en el vasallaje y la subvención.

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