Hay una necia y continua necesidad de ocupar la mayor parte de nuestro tiempo con un sinfín de erróneas ideas que consigan llenar este vacío existencial que arrastramos sin apenas hacer ruido como para intentar disimular que nos lastra pero que en el fondo tanto nos pesa. Nos da cierto vértigo pararnos a observar qué sucede cuando no sucede nada. Mantenerte inmóvil mientras a tu alrededor todo gira y descubrir que lo que más gira sin parar es tu cabeza.

Siempre vamos a la carrera dejando pasar de largo lo mejor de la jornada, sin atender a la generosa cotidianidad que nos guiña. Queremos disfrutar de todos los nuevos opiáceos placeres al alcance de nuestra cartera para después de haberlos deshojado, o incluso mientras nos los inoculamos, dejen de tener valor por no parecernos suficientes.

Los poderes que nos rigen nos dan una visión distorsionada del mundo para mantenernos distraídos y engañados. Nos aleccionaron mal desde pequeños. La competencia se premia en nuestra sociedad separándonos. Hay creencias que parecen ser verdades absolutas, pero en realidad lo que consiguen es distanciarnos del primordial aroma que solo se percibe a través de una serena observación de lo que nos rodea.

Nuestro impulso inicial es la fuerza y la resistencia cuando en verdad la magia se encuentra en descubrir que todo tiene su propio orden y fluye. Para llegar a esta conclusión antes uno tuvo que abrir muchas trincheras hasta llegar a convertirse en un pacífico guerrero que cansado ya de batallar fundió su escudo, enterró su espada y dejó de culpar a los demás de sus heridas.

Jorge Carvajal dice: "Olvidamos que el fuego ascendente es nutrido por un viento tenue. Por tratar de ser invulnerables olvidamos que es la blanda fluidez del agua la que da resistencia al cuerpo; por poseer nos olvidamos de esa gracia que se da gratuita en todo ser; por nuestra necesidad de progreso olvidamos que es la levedad lo que permite el ascenso; por el placer de competir olvidamos el feliz placer de compartir. Por tener, nos olvidamos de vivir."

Hemos olvidado que cerca de casa hay un bosque y que en el bosque está el silencio que a veces solloza entre ruidos. Hemos olvidado decir la verdad por miedo a quedarnos indefensos y preferimos así vivir rodeados de mentiras. Hemos olvidado admirar a los niños a los que queremos hacer adultos antes de tiempo despojándolos prematuramente de su magia…

Hemos olvidado cuál es el objetivo de estar vivos.

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