Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
¿uándo fue la última vez que usted se dijo a sí mismo: “Tierra, trágame”? Sentirse sin saber dónde meterse, saberse avergonzado y no encontrar explicaciones o las que encuentras gustarte menos que no haberlas encontrado. ¡No! Lo peor es que siempre hay una explicación y que su ausencia es una excusa que no cuela. Y esa explicación del porqué es un dardo a su centro de gravedad, a sus carencias, a lo que no ha mejorado, donde es mediocre de solemnidad. ¡Ay! Ese territorio donde no hay excusas, sino espejos reveladores que te muestran desnudo. Un lugar donde el ego cerró la puerta sigilosamente al salir y le dejó solo. La vergüenza como sentimiento es como estar en una habitación a oscuras con una sola silla para sentarse, porque la silla es el consuelo de que al menos eres capaz de sentirla. La oscuridad lo es porque no hay excusas. El tiempo en esa habitación depende de la magnitud de la cagada y la velocidad a la que viaje su conciencia. En la vida todo paga peaje. Tener alma también, aunque no lo crean. Pero claro, eso solo lo sabe quien la tiene.
Lo peor es la falta de remedio. Esa frase que se clavó para siempre como un dardo, eso que no dijimos o no hicimos, los besos que no dimos, los abrazos olvidados, el tiempo dedicado.
A menudo son cosas más simples. Esa reunión olvidada, ese enfado que no deja huella de rencor.
La visita de la excusa es siempre como la de correos que te trae una carta de Hacienda, desagradable pero pasajera, pero si quién llama a la puerta es el perdón, es como si viniera a visitarte el cobrador del frac y lo hubiera visto el vecino que coincidió con él en el ascensor. El perdón es para las cosas que no tienen remedio y pedir perdón es absurdo porque la cuestión es perdonarse a uno mismo. Lo trágico es que no siempre se puede. El tiempo lo cura y lo perdona todo. Menos mal. Para todo lo demás sirven las excusas. Una excusa es como un perdón en pequeñito y eso sí se puede pedir. Nadie se muere por una excusa, pero la falta de perdón puede ser mortal porque el perdón es mío, no depende de otro. Como la muerte, mía absolutamente ,aunque afecte a otros. Cómo el perdón. Somos unos cursis que usamos las palabras sin pensarlas.
Hoy me he despertado y me he dado cuenta de que ayer olvidé una cita importante. ¡No se dónde meterme!
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