¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Un mundo sin Moët

EEUU, Nueva Zelanda, El Reino Unido, las discotecas de Huelva, Sevilla... la humanidad tiembla por la escasez de este champán

De los muchos terrores apocalípticos que acechan a la humanidad desde que el cambio climático, el crack financiero y el Covid hicieron presencia en nuestras vidas, mi favorito es aquel que avisa del desabastecimiento de Moët Chandon. No hay nada comparable: ni el gran tsunami que borrará la costa este de los Estados Unidos, ni la desertización que convertirá a la Península Ibérica en el imperio del camélido y la jaima, ni la extinción del urogallo, ni el gran apagón… una vida sin Moët es para algunos lo más parecido a uno de esos círculos infernales por los que Virgilio hizo de cicerone con Dante (entre otras cosas para que Enrique García-Máiquez disfrute de la vida en su sillón orejero).

Según leo, el problema es grave y podría afectar a toda España estas Navidades, tras generar momentos de angustia en EEUU, Nueva Zelanda o Reino Unido, países que no pertenecen a ese reino de la vid que cartografió Braudel, pero que pagan sus buenos cuartos por los mejores vinos europeos. Una página web informaba el otro día de que las discotecas de Huelva se han quedado "sin una gota de Moët", por lo que, imaginamos, los sufridos onubenses -que no ganan para sustos desde el terremoto de Lisboa de 1755- habrán tenido que regresar a los patrióticos y rústicos mollates del Condado y dejarse de tanta novelería afrancesada. En Sevilla, asimismo, también se han detectado ciertas disfunciones en el abastecimiento, por lo que los que aquí habitamos nos veremos obligados al consumo de champán nacional, fundamentalmente de la hermosa y cercana Extremadura, si el consumidor es un encendido detractor de los caldos secesionistas.

No seré yo el que discuta las excelencias del rico Moët. Tiene todo lo que debe tener un buen champaña: sequedad, sabor final a almendras, palidez en el color y, sobre todo, una burbuja fina que sube sin prisas a la superficie, con la tranquilidad de un buen ciudadano que pasea por un parque otoñal sabiendo que ha pagado sus impuestos. Sin embargo reconozco que, probablemente por un prurito un tanto esnob, lo ninguneo desde que se convirtió en la marca hegemónica de su denominación de origen, ideal para discotecas de futbolistas y advenedizos de la enología en general. Como riego de mis noches de amor y lujo prefiero etiquetas como Mumm, Taittinger o Veuve Clicquot, que me dan un aire sophistiqué y de entendido en la materia. Y si nada de esto hay o la cartera cría telarañas, me conformo con un Vía de la Plata. "Está bien bueno, padre", como dirían en Almendralejo.

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