Observando frente a la crisis sanitaria y económica que asola el país como frente al furibundo ataque que contra su persona lanzan los partidos de izquierda, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, uno tiende a compararla con esas famosas heroínas literarias que, aunque de aspecto frágil y aparentemente vulnerables, fueron capaces de tomar las riendas de su vida y de luchar contra las convenciones de una sociedad intolerante. Ayuso por su manera de no dejarse amilanar ante las adversidades recuerda mucho a Elizabeth Bennet la protagonista de "Orgullo y prejuicio" de Jane Austen. "Lizzy" fue capaz de rechazar un matrimonio aún a sabiendas de que supondría un desahogo económico no solo para ella sino también para su familia, asumiendo sin dramatismo la amenaza de la soltería, el gran estigma de las mujeres de su época. La presidenta de Madrid tomó las riendas de la epidemia del coronavirus transmitiendo confianza a los madrileños con su actitud decidida y resolutiva mientras que desde el gobierno de la Moncloa los ciudadanos solo percibían desbarajuste e improvisación. Como la Emma Bovary de Flaubert, Ayuso se revela contra lo establecido siendo la primera en tomar medidas para paliar las consecuencias de la pandemia cerrando colegios, institutos y universidades en un tiempo en que el gobierno, sanitariamente hablando, estaba aún a la luna de Valencia. Por haberse contagiado del virus, la presidenta tuvo que someterse a un estricto protocolo de aislamiento dejando su despacho oficial para trasladarse a un apartamento desde donde siguió trabajando con la fortaleza que la situación requería. La indisposición le dejó huella y así se la veía pálida, etérea, casi fantasmal como Margarita Gautier, "La dama de las camelias" de Dumas un personaje creado alrededor de la exaltación de una enfermedad, la tuberculosis, al punto de que su alter ego en el celuloide Greta Garbo llega a decir: "Nunca estoy más bella que cuando me estoy muriendo". En estas difíciles circunstancias, Ayuso ha demostrado carácter y energía suficiente para mantener su compromiso con el destino de los madrileños, una forma de ser que la equipara a la peripecia vital de Jane Eyre, una muchacha rebelde y contestataria que Charlotte Brönte convirtió en precursora del feminismo. El innegable éxito de Isabel Díaz Ayuso la ha puesto en el punto de mira de la izquierda que la hostiga continuamente a través de sus vicarios televisivos y radiofónicos, magnificando sus supuestos deslices y ninguneando sus logros. García Ferreras (y cía.) la convierten como a la Anna Karenina de Tolstói en una mártir en un mundo y un tiempo injustos donde una sociedad hipócrita aplaude a su amante, el conde Vronsky y la repudia a ella por adúltera. Por el bien de España, esperemos que la vida no le depare a la madrileña el mismo destino de la rusa.

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