Leía hace unos días una entrevista exquisita a Ian Gibson, ese señor irlandés bonachón que ha hecho más por la memoria y la obra de Federico García Lorca que todos los españoles juntos, en la que volvía a recordar esa máxima de "una sociedad no puede avanzar teniendo a sus muertos en cunetas". También lo hizo el Papa, hace pocos años. Y como ellos, muchos.

La justificación derechista del olvido radica en la generación de un odio innecesario e inentendible hoy para ellos. Quien apele a ese discurso se preguntará qué hace un joven hablando de bisabuelos tirados y enterrados como perros. "¡Si es que están todo el día con las fosas de no se quién!", que diría -y dijo- Casado.

Permitidme que discrepe. Lo difícilmente entendible es que, hoy, un joven de 25 años herede la comprensible repulsión ideológica de un anciano de 80. Eso sí es sinónimo de estancamiento social. Recomiendo, a quienes quieran abrir los ojos, A sangre y fuego, del maestro Chaves Nogales, que describe a la perfección la barbarie de ambos bandos en la guerra. Es irrefutable, sin embargo, que durante casi 40 años la izquierda tuvo bien clavada en la frente el cartel de "vencidos". Para ello ya no hay solución y su superación, en estos tiempos, no es una opción.

Reivindicar que el levantamiento de fosas comunes (de represaliados por unos y otros) debe tratarse como un auténtico asunto de estado, con una partida presupuestaria millonaria; no es remover el fango del odio, sino una acción de justicia para que nuestros mayores mueran en paz. Aquellos que en los 80, sirviéndose de sus uñas, acudieron en tropa a escarbar la tierra ensangrentada.

Muchos ya han fallecido sin saber dónde están sus hermanos mayores o sus padres, o sabiéndolo, pero sin que se moviese un dedo por recuperar sus restos. Porque desde hace pocos años en la web del Gobierno podemos ver en un mapa dónde están la mayoría de fosas en España y el estado en el que se encuentran. Es como un jueguecito frívolo, cruel. Un sinsentido si viene precedido de una inacción gubernamental. Como defendía un buen amigo, es de la muerte de una generación de la que se aprovechan intencionadamente los mandamases. Con el persistente enterrado, el olvido se extiende. Lo están consiguiendo.

Los expertos calculan que con la inversión pública planteada en la reforma de la Ley de Memoria Histórica (por ahora, guardada en un cajón) se podrán rescatar 20.000 esqueletos en cinco años. Quedan más, muchos más, pero son irrecuperables porque, bajo el sol plácido de la primavera, nos tomamos, encima de ellos, una cerveza sentados en una terraza o circulamos por una autovía que esconde la hilera de osamenta del horror.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios