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El debate político de la semana llegaba a uno de sus puntos álgidos el martes, cuando Vox volvió a desafiar al PP con el asunto del reparto de menores migrantes que permanecen medio hacinados en Canarias y son trasladados como “maletas en la bodega de un avión”. Así describió la situación la consejera andaluza Loles López cuando compareció para decir que esta Comunidad mantendría la puerta abierta –aunque no de par en par– a la acogida de estas personas.
Así es que andábamos con los titubeos del PP y la porfía de los de Abascal, que amenazan con romper coaliciones para frenar en España una especie de apocalipsis zombi, que es más o menos como nos dibujan la “invasión de menas”. Niños con cuerpo de hombres de otro color o tono de piel que llegan para robarnos, matarnos o violarnos a todas. Y en esas estábamos cuando el país entero se paralizó, gritó, se emocionó y enarboló la bandera patria con el gol ante Francia de un tal Lamine Yamal y las jugadas de Nico Williams. Dos de esos jóvenes que, sin camiseta de la Selección, con chanclas y con mantas de Cruz Roja, serían vistos como una amenaza para la nación por algunos de los que celebraban el gol de Yamal como si fuera de Carvajal.
Los dos jugadores aludidos son españoles, pero descendientes de migrantes. Nacidos de padres o abuelos que llegaron de lugares como Ghana, Marruecos o Guinea Ecuatorial, criados en barrios y casas humildes donde la multiculturalidad es la norma. Lamine celebra los goles mostrando con los dedos un 304, que es el código postal de Rocafonda, donde viven sus amigos y en cuyas aceras aprendió a dar patadas al balón, rodeado de gente que carece de los siete apellidos catalanes.
Como ocurre en otros equipos europeos, estos jugadores no son ya una excepción; no son esos atletas que se fichan para ampliar el medallero, sino que forman parte de la España más real, la que pisa la calle y la que trabaja en empleos muy necesarios para el desarrollo de nuestra sociedad. Tan importante es el joven Yamal para España como la señora nacida en Perú que cuida con primor a nuestros ancianos o el camionero que reparte por Europa los aguacates motrileños. Todos hacen país y los chavales que esperan en Canarias a que los políticos decidan sobre sus vidas pueden ser mañana quienes metan goles como soles, nos pongan la cerveza fresquita o tengan hijos que construyan los puentes. Debería depender sólo de su talento.
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