¡Maldita sea!

11 de agosto 2025 - 03:06

Hay fotos que te provocan un dolor profundo en el centro de gravedad, adentro. Son las que marcan tu crono interior en la forma de entender el mundo. A veces cómica, a veces patética, a veces -demasiadas veces- trágica.

Casi todas las fotos trágicas me han mutilado con una bala dirigida desde las portadas de los periódicos. Hay imágenes que, ¡maldita sea!, se pegan a la memoria y no se van con el olvido. Se quedan contigo. Y lo trágico, casi siempre, es la muerte con los ojos de espanto de quien ha dejado de sentir porque no entendía nada. Todos, todos, inocentes. ¡Maldita sea!

La primera foto que me estalló en el pecho como un clavel rojo fue la de los muertos de Shabra y Chatila. El segundo clavel vino de Ucrania, al inicio de la guerra: una niña miraba el cadáver de su padre, velado en casa. La última bala es de esta mañana. Aún no he podido deshacerme de la náusea y el dolor. El cadáver de un niño palestino de 14 años en la morgue. Se había muerto de hambre. Un médico joven lo manipulaba. El niño, inerte, los ojos abiertos, con esa expresión de los muertos inocentes de no entender nada. Una rosa blanca en la boca y el clavel rojo -que no sangra- estallado en mi pecho. No hay pastillas para eso. Solo el tiempo se hará cargo. Y la foto, con su herida, se quedará conmigo. ¡Maldita sea!

No puedo dejar de pensar en los ojos blancos, inertes, del niño muerto. Ni en sus dientes, de sonrisa blanca. Una sonrisa hermosa que nos dispara a la conciencia, para que nos estalle en el pecho la condena de lo que el tiempo no borrará. Algo de mi se queda en las fotos que me hirieron.

Es lo que tiene tener alma, supongo. Una condición, como la de ser malo o no tenerla, que viene a ser lo mismo.

Pobre Benjamín, que marchitaría claveles negros al instante si alguno estallase en su pecho. Un muerto que arrastra los pies y propone premios Nobel de la Paz.

Pero los desalmados ya no sienten. Porque están muertos.

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