Cada mañana entra en Twitter para ver qué opinión es la más ruidosa. Su postura sobre la polémica acaecida la tarde anterior no la cimienta en el pensamiento crítico, sino en la perorata virtual, porque su mayor temor es que una misma de sus falanges del pie se salga del camino marcado por los que deciden qué sí y qué no podemos decir y hacer.

Dañar a nadie quiere. Se refiere a los enanos como personas verticalmente limitadas y le aterroriza reír, no ya contar, un chiste de nazi de horno fácil o de tullido road to Mengele por si le tachan de antisemita o de "antitullidos". Le da pudor hasta ciscarse un poquito en los discapacitados cuando el reservado a estos es el único sitio libre para aparcar en toda la manzana. ¡Anda a la mierda, pedazo de piernas!

Por favor, les pido que, como dijo Julio Camba, no me tomen ustedes demasiado en serio, pero tampoco demasiado en broma. Que este presumible tono jocoso no empañe la gravedad de lo que acontece: nos da absoluto pavor salirnos de ciertas corrientes colectivas por radicales que sean e infundadas de odio que estén.

A la censura de cuando Fraga se bañaba en Palomares con el calzón por el sobaco le sucede una autocensura que todavía dudamos si proviene del postín de cierto sector político, tan presto en lo insustancial y tan bisoño en lo elemental, o de un buenismo social cuyo origen da para tesis, que antes producía psoriasis y que ahora se le va poniendo cara de cáncer de estadio IV.

En serio, ¿qué carajo nos pasa? ¿Cuándo perdimos el derecho a equivocarnos sin ser señalados como "anti" algo o "neo" lo que sea? Solo un caso, de decenas: ante la presión mediática que sufre por la intromisión en su vida privada, Iker Casillas, que, vale, debe ser el típico tío que se descojona cuando alguien dice "culo", va y publica un tuit en el que afirma ser gay. La reacción, no ya de la comunidad tuitera, sino de los medios de comunicación, responsables y víctimas en misma medida de esta dictadura social, es llamar de madrugada a sus redactores para que alumbren un artículo de 600 palabras sobre la homofobia en el fútbol. Relax, hermanos, que bien prontito se nos cuadriculan los balones.

"Nos las arreglamos mejor con nuestra mala conciencia que con nuestra mala reputación", decía Nietzsche. Y sobre esta máxima estamos construyendo una sociedad enferma, silenciada y en la que tenemos más miedo al qué dirán que a que se nos muera la madre. Ya veo la inscripción en la lápida del gachó, el de las personas verticalmente limitadas, cuando estire la pata: "Daniel Cabañas, siempre correcto. A todos contentaba, a nadie ofendía. Pensaba mucho lo que decía. Decía poco lo que pensaba". Qué ganas de llorar, oye.

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