La lista definitiva

17 de mayo 2025 - 03:07

Que el ser humano no necesita vivir en comunidad solo podría decirlo un poeta maldito decimonónico cuya máxima expresión de amistad era sacarse la churra en los burdeles parisinos o un friki español encomendado al onanismo que llama relación social a jugar 15 horas al League of Leyends con un friki coreano encomendado al onanismo. Por un impulso natural, desde que un niño es consciente de que puede saltar, correr y hablar se inserta en su mente la certeza de que tales facultades son demasiado maravillosas como para no compartirlas con alguien.

La infancia es la etapa de la indiscriminación: amigo es todo aquel que te preste atención más de 20 minutos, y pocas cosas más satisfactorias existen que engrosar una lista de la que echas mano cuando tienes que hacer las invitaciones de cumpleaños. El churrero del barrio que te pone chocolate de más es amigo, el quiosquero al que cada día tu padre le compra el periódico y te regala cromos es amigo, y solo la intervención materna puede evitar que a la fiesta convides hasta a la cofradía del Santo Reproche.

La adolescencia es fase de riesgo: riesgo de un gregarismo que, debido a una personalidad a medio construir y al miedo al rechazo, te lleve a una panda de amigos capitaneados por unos mendas con cara de Fast Pass al trullo; riesgo de ser condenado injustamente a la indiferencia. Pero si todo va bien, la adolescencia es también fase de grandes grupos, de borracheras bisoñas, de una camaradería que creemos indestructible y que solo el tiempo nos muestra que no es inmune a la pasividad.

En la juventud uno aún continúa construyendo amistades que lo serán para toda la vida y, a la vez, inicia un proceso de criba que se vuelve definitivo en la adultez. Sospecho que, con una boda a la vista, me encuentro en este momento. En la lista de invitados ya no está el quiosquero al que cada día mi padre compraba el periódico, ni muchos compañeros de trinchera con los que libré cruentas batallas quinceañeras. De un momento que se acerca y que, fuera cuñadismos, solo puede calificarse de maravilloso extraigo una triste conclusión: no son pocos a los que ya nunca podré llamar amigos.

Desde ahora, no valen las banalizaciones ni las promesas impostadas de quedada después de un encuentro fortuito un jueves de abril. Quienes engrosan esa lista son los que siempre estarán y a aquellos que la alivian de nombres les reservo en la memoria ese valioso rincón de las etapas concluidas. Comienza una nueva en la que reforzaré vínculos todavía insuficientes como para hacerlos partícipes de ese día especial y en la que intuyo que las flamantes y grandes amistades llegarán de una manera muy diferente a la que estaba acostumbrado. No será jugando al League of Leyends, no. No será la de un friki coreano encomendado al onanismo. Tiempo ha que uno ya pasó la fase de riesgo.

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