Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Del tiempo anterior a la generalización de internet proviene el impactante recuerdo del hombre que fue Unabomber, un matemático estadounidense, nacido en un suburbio obrero de Chicago, que ejerció como terrorista y filósofo en el último cuarto del siglo pasado. La novelesca historia de su detención y de las pesquisas que llevaron a ella contiene todos los ingredientes de un thriller apasionante, aunque por respeto a las víctimas reales de sus atentados –tres de ellas murieron: el dueño de una tienda de informática, un ejecutivo publicitario y un lobista del sector maderero– conviene no banalizar su figura ni las graves consecuencias de sus actos. Brillante licenciado en Harvard, Theodore John Kaczynski pasó por la Universidad de Berkeley, donde fue profesor dos años, antes de retirarse a una cabaña perdida en los bosques de Montana para llevar una vida de eremita autosuficiente, literalmente apartado del mundo salvo por los desplazamientos para repartir sus paquetes explosivos –dieciséis envíos entre 1978 y 1995– como parte de una desquiciada campaña de impugnación de la tecnología. El nombre con que lo bautizó el FBI, inmortalizado para la cultura popular, provenía de la contracción de University and Airline Bomber y precisaba los dos principales objetos de su furia antimoderna. Antes de ser localizado, Kaczynski logró publicar un manifiesto en la prensa –el análisis del texto fue lo que propició su identificación– y ya en la cárcel siguió escribiendo hasta su suicidio en 2023. Si lo recordamos hoy es porque la editorial Errata Naturae acaba de publicar un volumen, Desde un bosque lejano, donde se recogen sus escritos, incluyendo el aludido manifiesto –La sociedad industrial y su futuro– cuyo inicio no puede ser más contundente: “La Revolución Industrial y sus consecuencias han sido un desastre para la humanidad”. Puede que algo no funcionara bien en la cabeza de Kaczynski, que fue objeto en su juventud de un agresivo experimento financiado por la CIA, pero sus reflexiones no son o no son sólo, como señala su editor español, los delirios de un paranoico. Dotado de una inteligencia excepcional, el autor de estas páginas, aunque se comportara como un monstruo, era un pensador vigoroso y en ciertos aspectos visionario en el que coexistieron la lucidez y el desvarío. Su radical denuncia de la servidumbre asociada al “sistema tecno-industrial” no es una mera obsesión en la era de las “máquinas inteligentes”.
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