El juego democrático es lo que tiene: pueden entrar en él tanto humanistas como indecentes, tanto monjiles como asesinos, tanto personas de Estado como fanáticos que quieren reventar las instituciones por dentro. Cuando un partido queda manchado por representar el brazo político de una banda terrorista su mayor refugio no es otro que la democracia, que cuenta con las mayores aptitudes para garantizar la perpetuidad de la sociedad, pero que también presenta escapes de gas que inexorablemente habremos de respirar.

Nunca un sistema que a todos acoge está libre de inmorales. Es el precio que debemos pagar en el momento en el que aceptamos que este sistema es el que debe regir nuestra convivencia. A un violador, una vez cumplida su pena, solo le queda la democracia; un criminal por cuyas manos ha corrido la sangre, cuando ya ha concluido su castigo, lógicamente, buscará amparo en el único instrumento que permite la reinserción: la democracia. La condena impulsiva al ostracismo, al exilio o a la inhabilitación imperecedera nos convertiría, al fin y al cabo, en otra cosa. Ahora bien, se presupone, porque esto parece que sobrevive, que una democracia la habitan más personas decentes que impúdicas. Y es la decencia la que ha de cerrar filas frente al impudor. Bildu ha sabido abrirse paso en el sistema al igual que todos los partidos minoritarios: convirtiéndose muchas veces en la llave para que los más poderosos puedan continuar ejerciendo su poder. Es este uno de los mayores fracasos de la actividad política. Porque una cosa es permitir su inserción en las instituciones para hacerlo partícipe del debate cívico, pero otra bien distinta es que un partido nacionalista de estas características decida sobre un andaluz o un manchego por el egoísmo de las mayorías.

Es una evidencia que el Gobierno actual escoge la indecencia a la hora de pactar. Sánchez ve en Bildu un aliado gubernamental porque Bildu sabe jugar sus cartas y es consciente de que ahora lo que toca es ondear la bandera social. Al igual que supo jugarlas cuando el PP ostentaba la Alcaldía de Vitoria y necesitó de sus apoyos. Que los abertzales se hayan convertido en cerrajeros es consecuencia directa de una política constante de líneas rojas entre los dos grandes partidos de España. El ejemplo solo puede exigirse cuando lo da uno mismo, oiga. Si ustedes estrechan la mano de la inmoralidad para ver cumplidas sus aspiraciones, siempre correrán el riesgo de que esta se extralimite en sus acciones. No vengan ahora con oportunismos electorales. Que en las filas de Bildu acabarían militando etarras y simpatizantes lo sabíamos desde el momento en el que elegimos la paz social, con todas sus consecuencias. Pero esta paz social no debe hacer que olvidemos que siempre podremos escoger la opción de combatir sus actos e ideas democráticamente.

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