Hades

15 de octubre 2025 - 03:06

Hay dos formas de acercarse al conocimiento; desde la teoría con toda la argumentación, sus pros y contras tras un análisis riguroso y la segunda desde la práctica, los argumentos hechos carne y hueso, estudiados in situ, vividos en tu persona y en este caso concreto en el del enfermo.

Sin datos personales doy con mis huesos en uno de tantos hospitales de Andalucía, desde las 21:15 hasta las 4:30 de la madrugada. Por los años que tengo he ido a muchos hospitales y en muchas circunstancias, casi todas desgraciadas, pero en esta no he ido a un hospital; he visitado el mismo Hades.

Me esperaba para reemplazar a la persona que cuidaba al enfermo; su sonrisa cálida en una cara estresada, una información breve y entré en ese caos de una sala de espera donde se hacinaba la gente, unas para recibir atención y otros en espera de los dolientes ingresados. El aire viciado, sorteando sillas de ruedas, mayores que apenas se sostenían en pie, accidentados con la cabeza vendada y la sangre llenando toda la ropa de su geografía corporal. Y el rumor de las quejas y la desesperanza.

Una puerta de cristal automática me separa de una de las habitaciones de urgencia. Seis camillas en distintos ángulos, una luz encendida y la otra apagada, y ninguna separación entre las camillas. Solo se usó en el caso de una paciente extranjera con tres miembros que no sabrían que sólo era un familiar por paciente y un biombo futurista y horroroso en plástico gris. Las quejas doloridas, la mano de mi familiar agarrada con fuerza y la letanía del “mamá, mamá, ayúdame” que se intercalaba con la respiración quejosa de la camilla a nuestra derecha. Conversaciones en voz alta, quejas del que está desde las cuatro de la tarde, sin atención, en lo que me entero después que es un “ictus transitorio”; la reclamación escrita. Los auxiliares pidiendo por favor que las hagan llegar a la Junta; el agua que pides y te dicen que no hay, que la tienes que comprar tú. Las pruebas, con el grito de dolor del que no resiste ni que lo muevan. Pedir cambio de pañales. Puerta de enfermería, nadie sale, porque todos están como derviches turcos, moviéndose sin parar para llegar a atender a los que pueden. Y no pueden a todos. No he visto jamás tanta frustración y malestar en esos profesionales que cumplen su jornada laboral en ese caos. Y ayudan todo lo que pueden y murmuran un calificativo cariñoso a esos pacientes que no pueden serlo.

¿Cómo hemos podido caer en este apocalipsis? ¿Quién ha pensado en esto como lucro? Nunca aprendieron la teoría en la que salud y educación no eran capítulos de gastos sino INVERSIÓN y GESTIÓN. Y que les perdonen los que puedan. YO, NO.

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