Paco Guerrero
De Regalarte
Me alegro de vivir fuera de las ciudades, megapueblos en los que se ofrece toda la bazofia que nuestra civilización concibe. Esto no es un juicio, cada cual lo que la gana le dé, la cuestión de fondo es si esta inmundicia que nos venden como felicidad actual no termina provocando un espejismo. Nuestro mundo, tan atractivo, necesita de servicios, de personal que lo mantenga. Un transatlántico necesita a alguien sirviendo por cada dos que viajan. Si mantenemos la proporción, en Madrid hay cerca de millón y medio de personas que trabajando por la manutención sirve al resto.
Ésta es una cuenta chusca, quiero hacerles ver que en nuestra educación, en la propaganda del ocio que llaman felicidad, no vemos nunca aparecer que en vez de ser disfrutona seamos camarero; la mayor parte de los trabajadores de servicios no podrían pagar con sus ganancias lo que sirven. En una sociedad crítica, con ínfulas de justicia, libertades, posibilidades: el éxito sería una aspiración legítima, pero tanto como la lucha por los derechos, una vida digna y la promoción desde el colegio de una consciencia de la clase que por falta de herencia, en todos los sentidos, no va a disfrutar salvo excepción de esos servicios.
La juventud, oh party!, es un picadero (jajajá) de carne: ver a toda esa patulea de gentes entre los quince y los veinticinco bailando o golfeando es una maravilla... Después limpiarán los váteres de los sitios en que bailaban para mantener un hogar que apenas podrán pagar, éste es el paraíso del capital, la Libertad que les vende la derecha a la que votan (y la izquierda). La edad provoca ácido úrico y cinismo; uno se da cuenta de que el mundo no va a cambiar, que el ser humano no es más que la frustración social de la violencia sexual natural, esto es, que si lo reprimes lo conviertes en un psicópata asesino y si no en un violador peligroso (dónde están las mujeres: han entendido qué es el heteropatriarcado).
Sin embargo no puedo evitar pensar en esta injusticia, la gran mentira de una sociedad que habla como si los objetivos del placer estuvieran disponibles cuando sólo una parte puede acceder. Una gran mayoría de la población que por número determinaría las políticas (elecciones), la marcha del trabajo y sus relaciones (Derecho a la Huelga), la necesidad de la Educación y la Sanidad, los Transportes Públicos, está condenada a trabajar para el placer de otros... la Máquina del engaño los mantiene fieles.
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