Libro de reglas

Manu Gil

La fina llama del nazareno

El debate no debe estar en el futuro y relevo para juntas de gobierno o cuadrillas de costaleros, la verdadera especie en extinción es el nazareno

La fina llama del nazareno

La fina llama del nazareno

Es sinuosa, leve, cálida y en especial, persistente. Vemos muchas llamas encendidas cada primavera en Andalucía, en cada una de las ciudades y pasos que dan forma a esta tradicional y apasionante forma de entender la Pasión, Muerte y Resurrección que conocemos como Semana Santa. Candelabros, ciriales, entre varales, hachones, guardabrisas, arbotantes, faroles, …, la lista es interminable y podría extenderse a lo largo de todo el artículo. Pero si existe, si hay, una luz que brilla especialmente dulce, fina y sofisticada mirando al cielo de la primera luna llena de cada primavera, ésa es la luz del nazareno.

Callado, elegante, comedido, penitente y necesario. Más que necesario, imprescindible. El eje central, el epicentro de la tormenta; el punto exacto en el que cobra sentido todo el exorno exterior que rodea a una cofradía de Semana Santa. Todo el efecto y fondo final que guarda en su seno toda hermandad, en su más íntima y auténtica esencia, toma forma bajo los dos huecos del antifaz que dan guía al nazareno en la fila. Siempre en la fila. Sin fila, sin nazareno, no existe la Semana Santa.

Estamos más que acostumbrados a presumir o escuchar presumir, mejor dicho, en los diferentes círculos y tertulias cofrades de lo mucho que se hace y se prodigan los diferentes grupos que conforman una hermandad: junta de gobierno, mayordomía, formación, caridad, bordado, costaleros, jóvenes, etc. Escuchamos mil y una historias sobre todos ellos, pero pocas, muy pocas, casi ninguna, sobre el nazareno; sobre el rostro cubierto y piadoso a pie, que no da ruido, que no busca protagonismo, ni varas de quilates. Que paga su nómina, recoge su papeleta de sitio y toma lugar en el cortejo para vivir interiormente esa especial y única Estación de Penitencia, individual y colectiva al mismo tiempo.

El debate no debe estar en el futuro y relevo para juntas de gobierno o cuadrillas de costaleros, la verdadera especie en extinción es el nazareno; esa transmisión de una generación a la siguiente. Hoy todos quieren ser priostes, ciriales, monaguillos o costaleros, pero cuántos quieren ser nazarenos, el hábito es incómodo y molesto. ¿Estamos educando en la importancia y la magnitud de la figura del nazareno a los jóvenes?

Quédense con un dato: la fortaleza y la supervivencia de una hermandad, su estado de salud clínico, se pude analizar y comprobar fácilmente por el cortejo de nazarenos que presenta en la calle. Si crece, va por el buen camino. Si mengua, y esto ocurre en no pocas corporaciones de la ciudad, estamos poniendo el foco y colocando la lupa en el lugar equivocado. Hay que cuidar la fina llama del nazareno.

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