Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Vive Calila
En España no hay caso con salsa hasta que no sale por ahí un extorsionado con un vídeo sexual o un Robin Hood sin pobres a los que defender que celebra el mangoneo encomendándose al fornicio de pago. Digo que la supuesta fontanera del PSOE, Leire Díez, ha ofrecido a varios medios instantáneas de un fiscal incómodo poniendo a bailar los muelles de la cama. A veces, la mayor demostración de inteligencia es aceptar que las cosas son lo que parecen y tener claro que a Díez no le movían en sus actos el gusanillo del Pulitzer ni el prurito de arrogarse en la Feria del Libro caseta y horario propios para firmar una obrilla sobre el chapoteo estatal.
Pero volvamos al gusto español del trincar y follar. El triunvirato podría completarlo la mariscada correspondiente. Así, el sinvergüenza nacional adjudica obras a dedo, recoge la guita, se va a chupar cabezas de carabinero y, acto seguido, a hacer lo propio con el clítoris de una mujerona de compañía. Está Fernando Villén, que con las tarjetas de la Faffe te montaba un tour de Civitatis por los puticlubs más cotizados de mi Andalucía querida; o está Ábalos, que era más de purazo y whisky de sobremesa y de catálogo de señoritas en el sillón a la Golden Hour.
No sé qué tiene el sexo que prestigia las corruptelas, y uno puede follar sin mangar, pero no mangar sin follar. Al ciudadano de a pie le repugna, pero los grupos de WhatsApp llevan meses llenos de personas que intercambian stickers de un Ábalos viril y habano en mano que la inteligencia artificial ha tenido a bien brindarnos. Así que sí, nos da asco, pero resultaría cínico ocultar este gustillo español por los brazos tontos de la ley y los calzoncillos sudados y roídos del gran putero nacional.
Qué tendrá el sexo ajeno, oiga, que tan poco debería importar pero que es causa de jarana poblacional. Poco queda de esa sociedad franquista que veía en las suecas de piernas infinitas de Benidorm un parque temático. Hoy ya están normalizados el topless, el misionero y las felaciones, pero los periódicos publican que Leire Díez les ofreció un vídeo sexual del fiscal Grinda y al lector español, tan tolerante, tan defensor de la intimidad propia, le entra una curiosidad felina con la ajena: no puede evitar ir a Google Images, escribir “José Grinda” e imaginarse al ilustrísimo haciendo contorsionismo en una King Size de un hotelazo de nombre inglés.
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