La épica bélica

04 de noviembre 2023 - 00:15

Masacre. Ven y mira nos muestra una realidad que en ocasiones las grandes producciones han salpicado de cierto engaño: la guerra carece de épica. Película que la URSS encargó a Elem Klimov para conmemorar el 40 aniversario de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, bien podría haberse abordado desde la dimensión heroica de la resistencia de Stalingrado o Kursk, en un contexto, 1985, en el que la URSS estaba cerca de ingresar en paliativos y tenía la magnífica oportunidad de sacar músculo por las glorias pasadas. En cambio, el resultado fue la película bélica más antibelicista de la historia.

El filme nos enfrenta al rostro cada vez más endurecido del adolescente que acaba perdiendo para siempre la adolescencia. En la guerra, todas las victorias son pírricas. Habitante de una de las 600 aldeas masacradas por los nazis en Bielorrusia, Florya tiene un sueño: conseguir un fusil y combatir a una edad en la que lo que más se desea son unas botas de fútbol o el último videojuego de la Play. La película ofrece momentos entrañables, como aquel en el que su madre le entrega ropa de abrigo para que no pase frío en el frente cuando abandona su casa. Ya puede cernerse sobre nosotros el apocalipsis, una madre jamás dejará desabrigado a un hijo.

Florya se agrupa con las milicias bielorrusas con la felicidad de la ignorancia pueril, el deseo de ser mayor demasiado pronto e hipnotizado por las idioteces que esputan quienes provocan las guerras para que las libren otros. Decía que se trata de la película bélica más antibelicista de la historia, y es también una de las menos sangrientas. No se aprecian tripas salidas en los soldados a los que ha alcanzado el mortero ni cuerpos desmembrados al pisar una mina, solo el horror en la cara de un niño que nos reta a aguantarle la mirada y cuyo rostro se ha definido demasiado pronto.

Sí, la épica bélica es una pantomima. Lo demuestra la película y también obras cumbres como Imán, de Ramón J. Sender, que leo estos días. Sender narra con la fidelidad de quien ha estado allí la guerra del Rif y el desastre de Annual. En su lectura uno descubre que la guerra es separar los granos de cebada sin digerir de las heces de un caballo para matar un hambre de perro vagabundo, beber orines, ver cómo los cerdos devoran los cuerpos de tus compañeros de blocao y sentirse tentado por el canibalismo. Uno descubre que la guerra se resume en una conversación que Viance, el protagonista, mantiene con otro soldado tras días de miseria: “Oye, tú, muchacho. ¿Sabes lo que es la patria?”, le pregunta. El joven duda, se encoge de hombros y finalmente dice: “El sargento nos lo dijo en quintos, pero no me acuerdo”.

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