Enseñar Historia

21 de noviembre 2025 - 03:07

Yo soy profesor y no voy a permitir que mi alumnado sea ni ultrarreaccionario ni ultranada. La duda sobre los límites del liberalismo y la intervención correctora del Estado la sufro en mis propias debilidades, pero mi obligación es impedir que la irracionalidad, la estupidez y la demagogia arraiguen en sus cabezas.

No, no soy un adoctrinador; mis dicentes saben abiertamente que soy un izquierdoso, y quiero que lo sepan para que decidan si les convenzo o no, y como llevo tanto tiempo dando clase puedo decir con orgullo que no debí ser determinante en muchos casos porque han ejercido y ejercen cargos con partidos a los que yo jamás votaría.

Muestro la página de RTVE sobre las 6.000 fosas, dice un muchacho que para qué gastar dinero en desenterrar a los muertos; lógicamente le pregunto si cree que el Estado debe buscar con nuestro presupuesto los cuerpos de marineros ahogados, y entonces me dice que sí... que las familias no pueden dejar de recibirlos para enterrarlos; la mayor parte del aula está de acuerdo en la necesidad de reparar la memoria de las fosas.

Tenemos los docentes la obligación de despertar las consciencias, la inacción o una supuesta equidistancia dejan a la juventud inerme ante la propaganda; otro alumno me dice que en la clase de su hermano menor hablan del dictador como si se tratara de un superhéroe, alguien a quien la providencia envía para salvar a España de la supuesta catástrofe actual.

Tengo la sensación de que esta degradación de rúbricas, supuestas evaluaciones objetivas criteriales, estas pamplinadas pseudopedagógicas que inundan los centros educativos con el único objetivo de cubrir una vergüenza (que la atención individual para quienes la necesitan de verdad no recibe más presupuesto que el sueldo de la profesora pringada, encerrada en un aula-guardería donde es imposible la cultura), digo que toda esta decadencia lleva a convertir cosas como la dictadura émula de Hitler, socia de Mussolini, en el tema 3 de Historia, que se da prácticamente sólo en Bachillerato: datos y ¡sin valoraciones!

Hemos caído en la trampa. El prestigio, la autoridad de la docencia se adquiere con el rigor y el compromiso con que se defiende una posición, si la opinión pasa a ser lo que se valora generamos una autocensura perniciosa y no se produce la enseñanza, que es fruto de la contraposición de ideas, del contraste, del debate, de la búsqueda, no de la pasividad y la inmovilidad. Insisto, vencen los descerebrados.

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