Al modo de los emperadores

10 de agosto 2025 - 03:05

Vivimos unos tiempos singulares en cuanto al gobierno de la nación. Después de casi medio siglo de buscar equipararnos a los países de nuestro entorno, existe la sensación de que por espurias razones nos estamos alejando de los modos democráticos para hacer del enfrentamiento político una tarea cotidiana.

En cierta forma, uno encuentra reminiscencias de las formas de gobierno de la Antigua Roma en donde, si bien no existía la democracia tal como se entiende hoy, sí al menos durante la República Romana (SPQR) las asambleas populares y los magistrados moderaban al Senado en la toma de decisiones económicas y militares. El hándicap era que a esos puestos solo tenía acceso una élite aristocrática y que la participación ciudadana era muy restringida y, desde luego, ni pobres, mujeres o esclavos tenían derecho a manifestar su opinión. Sin embargo, es en el periodo del Imperio donde más similitudes encontramos en la manera de gobernar.

Como le ocurre a nuestro actual presidente, la relación de los emperadores romanos con la democracia era, cuando menos, compleja. Se trataba de un gobierno autocrático, en contraste con la etapa republicana, todo el poder residía en el emperador que legislaba, comandaba el ejército y tutelaba la religión. No existía la división de poderes, no había equilibrio entre magistrados, comicios y Senado, eran organismos que los emperadores utilizaban para legitimar sus decisiones a cambio de garantizar a sus integrantes una vida con toda clase de lujos y prebendas. Es muy parecido lo que ocurre en España más de quince siglos después de que los bárbaros destruyeran el Imperio.

Las instituciones públicas, antes que de los ciudadanos, están al servicio del máximo mandatario y al no existir -de facto- separación de poderes, este tiene carta blanca para toda clase de arbitrariedades siendo la principal la de perpetuarse en el poder.

La concentración de poder en unas solas manos es un riesgo para la estabilidad de un estado y, aunque algunos pueden propiciar un buen gobierno (en Roma los “cinco emperadores buenos”: Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pio y Marco Aurelio), es más fácil que los malos (v.g. Calígula o Nerón) les conduzcan al desastre.

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