El barómetro del CIS de marzo de 2024 ofrece datos verdaderamente interesantes en lo que se refiere a la intención de voto de los trabajadores de nuestro país. En concreto, en este subgrupo, dicha intención a favor de los partidos liberales y derechistas se sitúa en un 33,2% de los sujetos que lo componen. De este modo alcanza un porcentaje más alto del que PP y Vox obtienen en el total de la población (32,2%) o del que logran –y aquí hablamos de un colectivo tradicionalmente conservador– entre los propios pensionistas (32,6%).

No deja de tener su aquel que un Gobierno que se dice el más progresista de la historia patria alcance un resultado tan pobre en sus caladeros naturales. En este sentido, la intención de voto de los trabajadores hacia PSOE y Sumar disminuyó, en el período 2022-2024, del 30,3% al 25,8%, pasando a estar por debajo de las opciones de derechas.

Esta derechización de la clase obrera no es nueva. El fenómeno viene observándose en diversos países desde hace décadas. Tras la caída del Muro de Berlín, la izquierda, incapaz de encontrar una alternativa al capitalismo, desvió sus reivindicaciones hacia lo cultural. El progresismo se centró en la defensa de un cóctel de minorías, a menudo querellosas, y abrazó las causas del feminismo, lo LGTBI, la religión climática, el animalismo, etc. No diré yo que esto esté mal y no merezca su denuedo. Pero en el camino se olvidaron del asalariado. Por eso los obreros están volviendo su mirada hacia la derecha. Además del terremoto Trump, que presenta rasgos bastante peculiares, así fue en Suecia, otrora paraíso de la socialdemocracia europea, en Francia, en la que la mayoría de la clase trabajadora prefiere a Marine Le Pen antes que a Macron, el favorito de la burguesía parisina, en la Italia de Meloni, con una clase obrera que la votó porque se sentía desamparada en la era de la globalización o, hace muy poco, en el ibérico y vecino Portugal. Como alguien ha señalado, Gramsci le está ganando la partida a Marx, lo que no necesariamente es una buena noticia para las izquierdas.

Entre los problemas del día a día, los agobios económicos, el paro o las complicaciones sociales derivadas de la inmigración, de una parte, y los postulados woke o la predicación del catecismo laico de la Agenda 2030, de otra, los obreros parecen elegir a quienes ellos piensan que atienden mejor sus problemas primarios. Lleven o no razón, no hay más secreto que este.

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