La cordura y su contraria

01 de agosto 2023 - 00:30

Abandonó la cama a una hora en la que los números del reloj sumaban siete, poniendo en el suelo primero el pie derecho, luego el izquierdo. Se dirigió a la cocina a preparar un café contando los pasos para que fueran siete, ni uno más, ni uno menos; tenía que llenar de agua una parte, tan solo, del depósito de la cafetera, si se pasaba volvía a repetir la acción; visita al wáter por un tiempo máximo de siete minutos; ducha durante el mencionado tiempo; secado de su cuerpo con siete subidas y bajadas de toalla; para vestirse, primero se ponía los calcetines, luego el pantalón sin abrochar y los zapatos; buscaba una camisa “que le llamara”, esa era la elegida. Se dirigía a la cafetería, siempre la misma y en la misma mesa número siete, si estaba ocupada esperaba el tiempo necesario, o se concedía la licencia de emprender el camino y retornar en veintisiete minutos. Lo hacía enfadado porque no soportaba las contrariedades de la vida, según me contó.

En su paseo, que ahora iniciaba, siempre idéntico, debería pasar por siete esquinas. Si veía dos gatos negros volvía hacia atrás y reemprendía la marcha; no se detenía a hablar con nadie, a nadie saludaba, él era más importante que cualquier humano y no quería compartir sus dones con gente de un nivel más bajo. El entorno en que se movía, cada vez más reducido, aceptaba sus rarezas con total normalidad, bien es verdad que desconocía parte de sus disciplinas diarias.

Tras el paseo, dedicaba el tiempo a la lectura de un libro, siempre de historia. Tomaba notas en un cuaderno cuyas páginas no podían superar el número 160 que sumaban de nuevo siete. Tenía varios con anotaciones que iban desde la prehistoria hasta el desembarco de Normandía. Ahí terminaba su interés. La hora de la comida llegaba con la llamada al timbre del portador de un catering a domicilio. Jamás habló con esa persona que le traía las bandejas de almuerzo y cena.

Solo en una ocasión, una mujer sustituta del hombre que hacía el mencionado servicio, le preguntó: “¿Se encuentra bien?”. “A usted qué le importa”, respondió. “A mí me importan todas las personas”, replicó ella. “Pues a mí no”, dijo él ufano. “Entonces, tiene un problema”, le contestó ella. “El único que tengo, señora, es conquistar el número perfecto, el inigualable, el poderoso 7”. “Me lo temía”, murmuró ella, “yo tuve lo mismo, pero con el número 1”. “¡Ah, me sorprende!”. “No sé por qué, en mi barrio ha habido conocidos con dificultades creadas por los números 3,4 y 5”. “Lo desconocía”, musitó perplejo. “Mire, señor, estamos viviendo un tiempo complicado lleno de contradicciones. La obsesión por los números y otras cosas son una defensa para sobrevivir, y yo lo que quiero es vivir”, así que hágame caso, busque un buen tratamiento de pastillas o de terapias, si puede pagarlas, y verá como el 7 no es tan perfecto. El 1 es el mejor”.

La cordura no es contagiosa, su contraria sí lo es y provoca dolor, aislamiento, soledad.

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