La condena de la memoria

16 de noviembre 2025 - 03:07

En la Antigua Roma, tras la muerte de un tirano, el Senado solía aplicar la Damnatio Memoriae. Esta “Condena de la Memoria” consistía en derogar las resoluciones del déspota y eliminar todo tipo de imágenes, monumentos e inscripciones con su representación. En casos extremos, mediante la Abolitio Nomini se llegaba incluso a prohibir que se usase su nombre. Calígula, Domiciano o Cómodo fueron algunos de los emperadores que sufrieron el castigo de, en teoría, ver eliminado su recuerdo de la Historia.

Procedimientos similares para evitar la evocación de personajes caídos en desgracia se aplicaron desde el Egipto de los faraones hasta en la Unión Soviética e incluso la Iglesia (dejando de lado la piedad y el perdón que le son consustanciales) aplicó el método al papa Formoso I al que su sucesor, Esteban VI, desenterró de su tumba y tras vestirlo con los ropajes clericales, sentó en un trono para que escuchara las acusaciones del nuevo papa en lo que ha pasado a la historia como Sínodo del terror o Concilio cadavérico. En el juicio fue declarado culpable y como resultado sus ordenaciones y decretos se invalidaron, se le cortaron los tres dedos de la mano con los que impartía las bendiciones y tras despojarlo de sus vestiduras, arrojaron sus restos al río Tíber.

En España, cuando se cumplen cincuenta años del fallecimiento de Franco, el dictador ha sido sometido a una peculiar Damnatio Memoriae ya que, si bien, se han eliminado sus estatuas (la mayoría ecuestres), sus símbolos, sus lápidas y placas y hasta sus restos han sido exhumados del Valle de los Caídos, el Gobierno ha decidido organizar cien actividades oficiales en conmemoración de su muerte. Curiosamente, un episodio que ya forma parte de la historia y del que la mayoría de los españoles (por mor del sistema educativo) apenas tiene conciencia, se resucita con objeto, quizá, de camuflar la calamitosa gestión de un Gobierno más ocupado en superar sus conflictos judiciales y lograr mantenerse en el poder que en el bienestar de los ciudadanos. Volver a revivir una época que ya solo debe ser objeto de historiadores parece una mala idea para un pueblo tan apasionado como el español. “Quien quiera ver definitivamente muerto algo… ni lo nombre”.

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