Lotta Continua
Francisco Silvera
Una modesta proposición
Prefiero vivir en ciudades grandes. No me agobian esas vistas aéreas en las que el horizonte no existe o no llega nunca porque está lleno de bloques de pisos, de estaciones, de oficinas, de parques, de naves. En las ciudades grandes, sobre todo en los primeros días del descubrimiento, es tierno sentir de nuevo que tantos y tantos kilómetros cuadrados se reducen a dos o tres calles, como cuando uno era niño y los mapas eran breves y sencillos y cualquier trayecto era eterno y cualquier distancia se estiraba como un chicle en las horas de aburrimiento.
Procuro dar a veces largos paseos por barrios desconocidos, por calles que soslayo en mis caminos trillados. Me guío muchas veces por las azarosas configuraciones del día, por caprichos de situacionista: el color que adopta una pared a la suave luz del primer atardecer, un árbol imponente al fondo de una calle estrecha, el silencio de una plaza, un letrero o un grafiti.
La ciudad es un ser vivo que emite sus señales, adaptándolas a mi estado de ánimo. Los días tristes opto por las callejas oscuras y húmedas, los lugares decadentes, los bares baratos, con sus sillas y mesas de metal o de madera hinchada. Los días felices me atraen más la luz, los perros o los hipermercados. La ciudad se adapta a mis piernas y a mi corazón.
Soy un privilegiado. Mi ciudad es enorme, un bargueño con innumerables cajones. En otros lugares la ciudad es un puño cerrado, una planta venenosa, un mar de espinas. Allí no hay bares viejos en cuya penumbra dejar pasar las horas, ni veladores, ni bancos en las aceras. Hay tal vez saludos y preguntas, se dice buenas tardes en tardes malas. Allí los días tristes y los días felices no pueden elegir qué paisaje acompaña sus horas. Allí todos los días son ya días tristes. Allí las ciudades son también ciudades, pero lo son más en el recuerdo o la imaginación, porque mire a donde mire el ojo encuentra montañas de escombros. Allí no se busca una ciudad nueva, como hacemos los habitantes de este otro planeta en el que todo parece permanecer. Allí se busca no buscar, no esperar nada, sentir que el día pasa sin pensar si el día pasará del todo.
El mundo es una gran ciudad sin fronteras, y a nuestro lado, muy lejos y tan cerca, la muerte de los otros es también la nuestra.
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