Paco Guerrero
De Regalarte
En esta España convulsa, el cinismo y la hipocresía no son actitudes –ni aptitudes– políticas vergonzosas: si antes necesitaban del disimulo, ahora se han convertido en la base esencial sobre la que muchos dirigentes sostienen su autoridad. De tal modo, es habitual y aceptado que la apariencia sustituya a la convicción y que la mentira estratégica se entienda como una habilidad meritoria. El cinismo se expresa cuando los gobernantes prometen cambios que jamás tienen la intención de realizar, cuando disfrazan fracasos de victorias y tratan al pueblo como una masa manipulable y no como al auténtico sujeto soberano. La coherencia estalla en mil pedazos y lo imprevisible se convierte en previsible.
La hipocresía política resulta aún más corrosiva. Aparece cuando la moralidad arengada responde sólo a intereses personales, cuando se reclama austeridad mientras se disfruta de numerosos privilegios o se exigen sacrificios que la clase política jamás asumiría para sí misma. De nuevo, lo más inquietante es el descaro, la chulesca audacia con la que determinados líderes ni tan siquiera se esfuerzan en ocultar sus contradicciones. Presuponen, acaso con acierto, que la población está tan polarizada, tan cansada o tan desencantada que no reaccionará.
Desde luego, Sánchez no es el único en estas malas artes ni faltan soberbios ejemplos en otras formaciones de todo color. Pero sí es el puto amo en dicha forma de hacer política. Su oratoria, como alguien afirmó, no aspira a convencer, sino a permanecer. Ése es el núcleo de su Manual de resistencia. Muta de ideas y de principios con pasmosa facilidad. Posee un criterio altamente voluble. Miente sabiendo que miente y actúa ante un público que, por desgracia, se ha acostumbrado a sus mentiras, a sus poses y a sus iras. Lo reitero: no es ni mucho menos el único; pero sin duda es el mejor.
Queda, claro, ajustar cuentas con la propia sociedad. Su resignación es la herramienta más eficiente de mandatarios hipócritas y cínicos, el arado con el que agrandan la superficie de su impunidad. Salir de esta espiral requiere romper con nuestra pasividad. Habrá que continuar buscando y aventando la verdad. La política no debería ser un teatro de impostores, cuyo poder aumenta no por su fortaleza, sino por nuestra cautivada y culpable debilidad.
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