Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
El corte de suministro eléctrico prácticamente generalizado que tuvo lugar el pasado lunes en la península Ibérica nos ha dejado muchas dudas, pero también algunas certezas. Desde mi punto de vista, la más destacada de todas las certezas es la vulnerabilidad extrema de nuestras sociedades. Es paradójico que sociedades terriblemente complejas y desarrolladas como es la española se puedan venir abajo en segundos por un corte de electricidad, pero situaciones similares pueden pasar con las comunicaciones por internet, telefonía móvil, etc.
Cinco segundos bastaron. Durante cinco segundos, exactamente a las 12:33, 15 gigawatios de generación eléctrica desaparecieron de golpe del sistema en España. Al parecer, estos gigawatios equivalían aproximadamente al 60% del total de electricidad necesaria a esa hora en la totalidad del territorio español. Solo hicieron falta esos cinco segundos para desatar el caos y teñir de negro la totalidad del país. Parece que la causa de esa desaparición no está clara y se manejan diversas hipótesis.
Lo que pretendo destacar es la vulnerabilidad de nuestro país y, por supuesto, del resto de países occidentales, que se han desarrollado en un entorno de cierto optimismo tecnológico. Ya en su día la pandemia de covid fue una dura prueba de realidad y una clara muestra de esa vulnerabilidad. Un microscópico virus fue capaz de paralizar el mundo tensionando los sistemas de salud, paralizar la economía y afectar a la vida de la casi totalidad de habitantes del planeta. Y no aprendimos nada. Los eslóganes infantiles de que la pandemia nos haría mejores han quedado en eso, en eslóganes infantiles. Después de la pandemia, muchas administraciones volvieron a olvidarse de los sistemas públicos de salud, muchos se enriquecieron sin escrúpulos y alguna comunidad condenó a los más mayores a morir solos sin asistencia médica en condiciones terribles.
Creo que, de esta crisis, a diferencia de la pandemia, se debe aprender y reaccionar adecuadamente. La mejor defensa de un país no es sólo disponer de un buen número de tanques, municiones y armamento. Es tener infraestructuras sólidas, adecuadas, revisadas, modernizadas con una fuerte inversión pública y privada con instituciones solventes que dispongan de medios y protocolos claros en caso de este tipo de emergencias, que desafortunadamente pueden volver a pasar en el futuro, ya sea por causas naturales o intencionadamente. Por todo ello, si es necesario incrementar nuestro presupuesto en defensa, en vez de balas y tanques se deberían emplear estos recursos en proporcionar a la sociedad una seguridad en un sentido amplio. La seguridad de seguir disponiendo de un sistema eléctrico y de infraestructuras vitales eficaces y adecuados. Esa es la mejor política de defensa.
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