Desde la cima

DESDE que el Potro de Vallecas, Poli Díaz, lanza en julio de 1991 un ataque a la desesperada -y falla- en el último asalto contra el rostro de Pernell Whitaker en el combate valedero para el campeonato del mundo hasta que una década después aparece en la película porno Poli, el lama y los que la lamen, este personaje lumpen de Palomeras protagoniza un descenso a los infiernos que es el retrato de todo lo chusco de una parte de un país que se desbocaba en los barrios bajos por las profundidades de la jeringa. De hecho, el Poli es nuestro yonqui más ilustre. Posiblemente ya ni siquiera lo sea, más bien es el encallecido pellejo que recubre a una gran derrota, una derrota que no podía ser de otra manera. Tenía que subir a la cima y lo hizo a la velocidad del relámpago rompiendo narices dentro y fuera del cuadrilátero. Una vez en la cima, y en la cima estaba un boxeador de gran clase como Withaker peleando contra un boxeador de barrio -cuidado, no cualquier boxeador de barrio, un pegador nato y un excelente encajador; lo de la técnica ya era otro cantar- sólo quedaba despeñarse como estaba escrito en el guión. Porque fuera, en el barrio, cuando Palomeras era Palomeras y todavía no se vendían los pisos a 40 millones, la heroína se despachaba como las cañas. Y si uno ha llegado a la cima, si ha peleado con Whitaker, no te queda otra que agrandar tu leyenda convirtiéndote en un paria y sobrevivir balbuceando en las televisiones o convirtiéndote en un reclamo para la última letra de los subgéneros de la pornografía. Durante los 90 Poli fue un gran entretenimiento para la audiencia, un tonto muy tonto que decía tonterías, lo que a la audiencia le hacía sentir muy lista. Dame pan y llámame tonto. El dinero de la tele, de las risas de la audiencia, acababa en Palomeras. El Poli, un requiebro del pasado, ha vuelto a ser detenido. Por pegar a un policía. Un boxeador siempre es un boxeador. Y El Poli, recuerden, llegó a la cima.