TODAS las ciudades, sus viviendas, sus negocios, se renuevan constantemente. Es ley de vida. Poco se parece la actividad y la vida que tenían los centros urbanos de ciudades pequeñas, como Algeciras y La Línea, permítaseme el calificativo a estos efectos, hace 50 años, con la que tenemos hoy. Pandemias y crisis económicas aparte, a todos nos da la impresión de que los habitantes han dejado de acudir al centro de las ciudades, a lo que tradicionalmente venían: al comercio, a los bancos, a tomar un café o a pasear simplemente. Observen una foto de la calle Tarifa, de Algeciras, hace 40 años y comparen. No estoy descubriendo nada.

En realidad, estas calles siguen siendo concurridas, pero las tiendas y los establecimientos de todo tipo han ido notando que los peatones ya no entran tanto como antes y han ido cerrando. Cuesta identificar la razón de la decadencia. Desde finales de los noventa, todo parece haber cambiado a peor. Llegó la competencia de los centros y parques comerciales periurbanos que se abrieron como signo de hortera modernidad denostando el comercio auténtico de toda la vida, la liberalización de horarios que el comercio local no puede asumir, la crisis económica y más recientemente la revolución de las ventas por internet, potenciada exponencialmente con el confinamiento. La puntilla ha sido el teletrabajo y la concentración bancaria, con el cierre de muchas más sucursales de las que alegremente abrieron hace solo unas décadas.

El declive se aprecia con gran tristeza y esa realidad pone en cuestión el futuro del modelo urbano compacto mediterráneo, donde conviven comercio y residencias, y por imposición del mercado nos acercamos a los modelos anglosajones de horarios y de dispersión. Ahora vale más que ayer un adosado con jardín en las afueras, y menos un piso en el centro. Las ciudades pierden su esencia y se vienen homogeneizando.

No parece que todo este proceso tenga vuelta atrás, así que no hay más remedio que asimilar la nueva realidad y requerir a los poderes públicos, sobre todo municipales, a que trabajen, que para eso les pagamos, para que el centro de nuestras pequeñas ciudades no se conviertan en páramos tristes y desolados, atrayendo a los habitantes al paseo, al ocio, a la hostelería de calidad, al deporte urbano, a los acontecimientos populares y al esparcimiento en general. Y ello no solo en aras de la economía, sino en defensa de nuestra identidad como pueblos. Por eso celebro que se hayan suprimido en Algeciras las tasas municipales al sufrido sector de la hostelería local. Esa son las medidas que se toman de cara al pueblo y por ello, ahora, toca aplaudir. Así, sí.

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