Campo Chico

Alberto / Pérez De Vargas / /

La cabeza encadenada de Boabdil

03 de noviembre 2013 - 01:00

ESPAÑA es en su actual configuración, el más antiguo de los Estados soberanos de Europa. Los Reyes Católicos finiquitaron la presencia musulmana y restauraron la identidad del territorio derivada de su geografía. El reino nazarí de Granada sobrevivió a las luchas intestinas de Al Andalus y a la creciente complicidad de los reinos cristianos, y resistió hasta dar paso a la afirmación del nuevo Estado. Los primitivos reinos de Castilla y León llenarían de símbolos propios, la heráldica de Castilla la Novísima; es decir, de Andalucía.

Los fueros, las leyes y los supuestos de los diferentes territorios, fueron derogados o mantenidos según que la resistencia de los afectados y su disposición a colaborar con los reyes en su proyecto de unificación, fuera de uno u otro tipo. La legitimidad, entonces, se ganaba en el campo de batalla, pero si bien uno de los principios que gobiernan el estado de derecho es la no aplicabilidad de las disposiciones con efecto retroactivo; estos días, de lamentable actualidad con el asunto de la "Doctrina Parot" y el dictado del Tribunal Europeo de Derechos Humanos; muchos se empeñan en distorsionar con siglas de un exiguo presente, la realidad de siglos de Historia.

La persecución de símbolos otrora vigentes, se ha convertido en el dogma de la esquizofrenia política. El turno es ahora para la cabeza del rey chico, de Boabdil, el último monarca musulmán de la península, que fuera apresado en la batalla de Lucena por Diego Fernández de Córdoba. Desde entonces, en el escudo de armas de esa ilustre familia, aparece una cabeza de moro encadenada que adoptaron para los suyos, algunos municipios andaluces. Pues bien, ahora los ayuntamientos de unos cuantos de estos han acordado eliminar la cadena para no molestar. Árchez, Canillas de Aceituno, Sayalonga y Sedella, han quitado de en medio la cadena y colocado en la mano del moro un bonito cetro. Comares y Valenzuela se han negado a perpetrar el atentado heráldico, y la familia Fernández de Córdoba ha puesto el grito en el cielo.

No hace mucho que a la estatuilla de Santiago -llamado "matamoros" por obvias razones- le ocultaron los moros que están bajo su caballo, acudiendo a un sólido manto de flores hábil y estratégicamente situadas. Los moros, por su parte, no tienen tantos problemas: tienen las cabezas de los cristianos que más frágiles que las de cerámica y más accesibles que las de las pinturas, ofrecen a los alfanjes y a las cimitarras mucha menos resistencia.

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