El borrado de la Educación

Separar la Formación Profesional del resto, aunque sea para darle otro rango, me huele a acto fallido nada alentador

N O hay palabra más esperanzadora, emancipadora, libertadora y rica que Educación (en mayúscula y minúscula). Educar y educarnos es, al tiempo, el núcleo y el horizonte de nuestra aspiración civilizatoria. Es lo mejor y menos perecedero que podemos dejar como humanidad, el lado bueno de nuestro rostro ante el espejo o Instagram, según grupo de edad. La Educación como la réplica contundente a la máxima de Hobbes, "el hombre es un lobo para el hombre", que desmentimos si nos dejamos domesticar como el zorro de El Principito. Si aprendemos que las palabras nombran y acuerdan y que es lo mejor que puede salir de nuestras bocas (de besos ya hablamos otro día: tengo una amiga que usa aún la pandemia para prescindir de los corteses ósculos como saludo).

Por eso no entiendo ese borrado de la palabra tal cual, Educación, de la Consejería que lleva tan honroso cometido. Lo de "Desarrollo educativo" - su nueva nomenclatura- me escama, con ese tufillo a eufemismo o a diminutivo como cuando decimos "de color" o me llaman bajita en lugar de baja a secas. ¿Qué de rancio, de escaso, de incómodo tiene el concepto Educación como para cambiarlo? El desarrollo de las competencias se le supone a cada Consejería, no hace falta contarlo. Ya me pareció chungo que se desgajara la Universidad de la administración educativa, en ministerios y en consejerías. Debió pensar lo mismo Ángel Gabilondo que cuando aceptó la cartera de manos del presidente Zapatero recuperó para el Ministerio esa Universidad que parecía querer emanciparse. Ya sabemos que el complejo mundo de la investigación precisa alianzas entre la academia, las empresas y otras instituciones, pero para eso existen organismos trasversales, medidas concretas, planes conjuntos, convenios, conciertos. ¡Será por gama de herramientas! Pero se ve que ni a Gabilondo ni a mí nos hacen caso, salvando las abismales distancias, lógicamente.

Más reticencias y en este caso no simplemente nominalistas, me provoca el nombre completo de la Consejería: "Desarrollo educativo y Formación Profesional. ¿Por qué? Las necesidades de los diferentes niveles de educación se responden y articulan desde direcciones generales y hasta secretarías, pero separar la FP del resto, aunque sea para darle otro rango, me huele a acto fallido nada alentador. Hace siglos que debimos tratar como escuelas profesionales a los centros de FP. Hace siglos que nos equivocamos mutando en facultades -empiezo por la mía, periodismo- lo que eran buenas escuelas de oficio. Y se nos llena la boca de lo estupenda que es la FP, pero en el fondo seguimos sin levantar la valla que la estigmatiza. Suerte a la nueva consejera y suerte a la educación que tanto nos importa. O debería.

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