Cuando me preguntó cómo era Escocia, le contesté que es un país casi salvaje, con rincones destinados a lo ignoto y con gentes salvajemente hospitalarias que han transformado el histórico odio hacia el inglés en la burla chirigotera.

Cuando me preguntó cómo era Escocia, le conté que está bañada por mares de infinidad verdina protegidos por titanes que duermen, y que en sus páramos salados y dulces habitan monstruos protagonistas de leyendas que viajan de oído a oído como el cotilleo jugoso.

Cuando me preguntó cómo era Escocia, le dije que grandes autovías de cuatro carriles dan la bienvenida y despiden a ciudades como Glasgow o Aberdeen, mientras que caminillos apenas asfaltados serpentean por lugares como Skye. Caminillos colonizados por vacas peludas y donosas que te sacan la lengua, y por una superpoblación de ovejas, algunas enajenadas, que no dudan en lanzarse contra tu coche para que, intruso en su hogar, te vayas con el disgusto a casa.

Cuando me preguntó cómo era Escocia, le expliqué que los Estuardo no cayeron por la desmotivación de los clanes, sino por esos Haggis del demonio que utiliza como escaparate gastronómico y que separan a uno de toda ansia de lucha y rebelión. Cuando me preguntó cómo era Escocia, le dije que tiras una piedra y emergen cinco castillos. Algunos están escondidos entre la arboleda o se asoman a precipicios, otros comandan lagos u otean fiordos.

Escocia -le conté- vive de su historia y sus historias. De reyes adjetivados, de batallas hoy romantizadas. De cuentos de terror y de amor, de brujería y superstición, de viajes en el tiempo (cuidado con la piedra que tocas). Cuando me preguntó cómo era Escocia, le respondí que el edificio más alto de Edimburgo no es una torre rodeada de pantallas en las que se promociona lo último de Netflix, sino el monumento a un escritor, a Walter Scott. Que los cementerios funcionan como parques en los que se puede comer, beber y hasta pasear al perro (si eres un poco travieso y el descendiente de William Creech te ha puteado, puedes acudir de noche y utilizar a tu can para cagarte literalmente en sus muertos), que cada 25 de enero los edimburgueses se reúnen para leer poesía, que en la tumba de John Knox, padre del presbiterianismo, aparca hoy un Audi rojo.

"Vale, todo eso está muy bien, pero, ¿cómo es realmente Escocia?". Lo cierto es que Escocia -le dije emulando al Lucien de Balzac- tiene en realidad los ojos grandes y pardos tintados de un verde intermitente, cabellos con cataratas de oro, una nariz sutilmente pronunciada, dientes grandes que muerden y hieren sin quererlo, la piel adornada de pequeñas cimas amarronadas, el poder de transformar la oscuridad en luz y oculta la promesa de una vida que está por llegar.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios