Hay canciones que conocemos desde antes de que se compusieran; otras parecen sonar por vez primera cada vez que las oímos. Esta antitética paradoja se fusiona en muy escasos temas, que acaban formando parte de las trastiendas sentimentales personales y colectivas. Mediterráneo es uno de ellos. Considerado repetidamente como la mejor canción en español de nuestra historia, fue compuesta por Joan Manuel Serrat en un momento de retiro y apartamiento. En mayo de 1971, lejos del Paralelo y de Montjuic, el Noi del Poble Sec estaba en Calella de Palafrugell. Allí, a la sombra de los arcos de la playa del Portbó, en la segunda planta del hotel Batlle, compuso una canción preñada de levantes otoñales que hacía el repaso a una vida, desde la niñez que seguía jugando en la playa hasta la consumación sin duelo cerca de un mar que se convierte en verdadero protagonista; mar que se funde con el yo poético, como el diseño de Colita para la portada del disco, donde el perfil del autor se diluye entre las olas de un crepúsculo marino. Al poco de ser editada, la canción se convirtió en todo un himno por estos pagos. Los surcos de vinilo se rayaban de tanto oír cómo de Algeciras a Estambul se pintaban de color azul las largas noches de invierno y en la mente de algunos se vinculaban los versos de Serrat con los de Espronceda: los confines de Asia a un lado, al otro Europa se solapaban con los que teníamos frente a nosotros, junto a un mar que era más nuestro que nunca por encima de las lindes. Cada vez que el cantante se acercaba a estas costas, el lleno estaba asegurado. Las gradas de la plaza de toros o la rotonda central del parque se poblaban de llamas encendidas que seguían el vaivén de sus versos. Las gargantas coreaban lo que se convirtió en el estribillo de identificación sentimental de una urbe hasta entonces apenas cantada y nuestras miradas se dirigían a una voz rota por una sugerente deriva tierna, como el alma de una mujer perfumadita de brea.

Tras décadas de susurrarnos al oído tantas pequeñas cosas, Joan Manuel Serrat ha decidido retirarse de su oficio y ha organizado una gira mundial que ha comenzado en Nueva York arropado por miles de seguidores. En los próximos meses tendrán lugar actuaciones y conciertos en escenarios más cercanos. Hay quienes han considerado que la ciudad debería ser uno de los lugares que oigan por última vez su topónimo en boca del artista que tanto la nombró por medio mundo. No estaría de más que se insistiera desde todos los niveles para que en esa gira definitiva Algeciras y Estambul vuelvan a sonar juntas en esta tierra antes de que los levantes otoñales desguacen para siempre tantas alas blancas.

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