Las de esta semana son líneas que escribo a unos 12.000 metros del suelo, en un vuelo rumbo a Las Palmas. Hace diez u once años pocos hubieran dicho que más adelante sería incluso capaz de escribir en un avión, pocos hubieran dicho incluso que fuera capaz de volar poco menos que sin desmayarme. Mi madre suele recordarme, por si se me olvida -que no-, un viaje París-Málaga en 2010 después de unos días en Disneyland.

Creo que, cuando llama a su memoria, todavía se pregunta cómo es posible que un día antes estuviera disfrutando de un paseíto en barca en la Casa de las Muñecas y en ese momento tranquilizando a un adolescente sobrepasado por el pánico, hiperventilando, aunque sin gritar porque todavía conservaba un poco -muy poco- de sentido de la vergüenza. Pienso, de verdad, que, en ese instante, si hubiera podido, se habría lanzado al vacío en algún punto del sur francés. Y eso que es mi madre.

En cualquier caso, aprovecho que estoy más cerca del sol para coger un pedacito de su luz y contaros algo bueno. ¿Cómo es posible? Con el genocidio ruso, la factura de la luz, la gasolina… Entre todo ello emerge una vía de esperanza para muchos enfermos y sus familias. Junto a su equipo, Núria Malats, jefa del Grupo de Epidemiología Genética y Molecular del CNIO, está cerca de confirmar que con una simple prueba de heces se podrá diagnosticar a tiempo el cáncer de páncreas, el tercero más mortífero del mundo.

He conocido a mucha gente que, lamentablemente, ha tenido que sacar los dientes y las garras y pelear contra todo tipo de cánceres: pulmón, mama, riñón, colon… La mayoría, cada uno a su manera, ha vencido al enemigo. Otros han muerto dejando entre sus seres queridos un sentimiento de orgullo inmenso por la lucha. Creedme que jamás he visto un cáncer que apenas deje tiempo para ella como el de páncreas.

Un tumor que, precisamente porque se diagnostica cuando ya está muy avanzado, y entre quimio y radio, despoja al ser humano de toda vitalidad en cuestión de semanas, lo destroza, mancilla su alma. Es cruel, terriblemente cruel. Jamás he visto el cuerpo de una persona próximo a la descomposición. No creo que haya mucha diferencia con el aspecto que presentaba el que antaño era dueño de este humilde espacio, hoy, siempre, dueño de parte de mi corazón.

Con este descubrimiento soy el esperanzado de los esperanzados. Miles de vidas podrían salvarse, miles de madres volver a abrazar a sus hijos y miles de niños nunca, jamás, tendrían que combatir en su cabeza por recordar a su padre libre, atiborrado de ilusiones, vivo, y no marchito, amarillo y raquítico. Y todo gracias a la ciencia. Todo gracias a Núria y a su equipo.

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