Turismo

27 de agosto 2023 - 00:15

En 1841 el reverendo Thomas Cook convenció a la compañía de ferrocarriles Midland Counties Railway para que el 5 de julio de ese año pusiese un servicio de trenes especiales entre Leicester y Loughborough para trasladar a los participantes en una conferencia sobre la virtud de la templanza. El éxito de la iniciativa le animó a organizar en 1855 viajes especiales entre Leicester y París con motivo de la exposición universal, en los que el mismo Cook hacía las veces de guía. Cinco años más tarde optó por abandonar su labor evangelizadora para fundar la primera agencia de viajes del mundo, Thomas Cook & Son, vendía billetes de trenes y barcos y se encargaba de hacer las reservas en los hoteles.

Pasmado se habría quedado el pastor inglés si hubiese sabido entonces la repercusión que iba a tener en la sociedad moderna su audaz iniciativa. Viajar por recreo es hoy una actividad tan cotidiana como ir al cine o salir a cenar e incluso pude generar cierto desprestigio social el hecho de pasar las vacaciones en la vivienda habitual en vez de emprender un periplo más o menos largo. Ingentes cantidades de ciudadanos acuden a quemarse a las lejanísimas playas del Caribe, se deshidratan contemplando pirámides o se martirizan los pies pateando ciudades monumentales. Todo, dicho sea de paso, con el simple objeto de castigar a posteriori a amigos y conocidos con el pormenorizado relato de sus andanzas ilustrado con una profusa y torturante colección de fotografías y vídeos. A condición de una cierta solvencia económica, cualquier persona sin necesidad de estar especialmente dotada ni física ni mentalmente puede tomarse un café en el mismo sitio que murió el explorador Scott en el penoso regreso a su base tras la tremenda decepción de haber llegado segundo al Polo Sur o también pude vacilarle a su acompañante a orillas del lago Tanganika en el África Ecuatorial, repitiéndole la frase con la Stanley saludó al perdido misionero escocés que tanto tiempo llevaba buscando: “Dr. Livingstone, supongo”.

Solo es cuestión de dinero, el viaje ha perdido todo lo que tenía de aventura, de encuentro y ósmosis con gentes y culturas. Los turistas se limitan a contemplar postales en movimiento. La máxima aspiración de los viajeros es concentrar en los días de vacaciones el mayor número posible de experiencias ya sean estas museos, monumentos, animales o paisajes con el consiguiente “empacho cultural” que, favorecido por el cansancio, el calor y la inevitable hinchazón de las extremidades, termina nublando el poco entendimiento con el que emprendieron el viaje y acaban mezclando a Rubens con Vermeer, a la Galería Uffizi con la Capilla Sixtina o a los ñus del Serengueti con los antílopes del Kalahari. San Agustín, en sus Confesiones, escribió: “Viajan los hombres para contemplar las cimas de los montes, las anchurosas corrientes de los ríos, la inmensidad del océano… y se olvidan de si mismos”. Santa apreciación.

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