Hace un tiempo conocí a alguien que me cuestiona prácticamente todo, pero no porque se empeñe, sino por su inteligencia, que consigue que me pregunte constantemente si estoy o no en lo cierto. Y me encanta. Me maravilla poder divisar otros senderos. Ampliar mis horizontes. Abrirme a otras opciones, que, aunque puedan ser locas, son igual de válidas que las mías.

Y en una de nuestras charlas surgió aquello de: "Una de cal y otra de arena". Para mí, la cal siempre ha sido la buena de las dos. Por su color blanco e impoluto y porque la arena en la que pienso cuando pronuncio esa frase es la de nuestra kilométrica playa de levante, color marrón oscura. Debo decir que, en mi mente, mi lógica era aplastante… Hasta que volvió mi CF (Chat Frecuente, que así la llamo ahora, gracias a nuestras conversaciones infinitas) a desvanecer cualquier teoría que tuviese infundada.

"Para mí, la buena es la arena porque la cal mancha", me dijo. Me paré un instante a intentar darle sentido a su interpretación, y antes de descubrir si me gustaba más su idea o la mía, le solté un sutil: "Toda mi arena pa ti", y no porque estuviese del todo de acuerdo, sino por su capacidad de hacerme pensar. De recordarme la importancia de escuchar a los demás. De cómo entender que la verdad universal no existe. Que cada uno tiene la suya propia y todo dependerá de sus experiencias pasadas y, por supuesto, de a qué playa vayas. No es lo mismo pasear por la arena blanca de Tarifa, que caminar por la arena negra de la Playa de Teixidelo, en La Coruña.

Esto me hizo caer en la atención. En el valor que tiene prestar atención, ya que, definitivamente, es lo que buscamos todos. Que nos escuchen y nos tengan en cuenta. Que cuando vayas a tu bar habitual, el camarero se acuerde de tu nombre y de lo que te gusta tomar. Ahí te sientes importante. Querido. Atendido.

Que un amigo te pregunte cómo estás, seguido de un: "¡Venga, cuéntame!", y que deje el espacio de tiempo suficiente entre pregunta y respuesta para que te abras sin pensar, y, a la vez, sintiendo.

Que una persona especial irrumpa en tu vida de manera inesperada y te dé el lugar que mereces, sin pedirlo.

Que se acuerden de tu cumpleaños sin que Facebook lo notifique o que te susurren un "te echo de menos" cuando menos lo merezcas, que, seguramente, será cuando más lo necesites…

Al fin y al cabo, lo esencial no es averiguar cuál es la buena entre una de cal y otra de arena. Lo importante es no olvidar que, si tenemos arena "que no mancha", le regalemos a los demás un poquito. Sé amable. Porque lo que das, te lo das. Y porque, quizás, algún día necesites de la suya.

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