A falta de que culmine septiembre y de un recuento más preciso, más de 300 personas han perdido la vida por ahogamiento este año en playas, piscinas, pantanos y ríos españoles. Asumiendo lo odioso de las comparaciones, esta es una cifra diez veces mayor, por ejemplo, que el número oficial de mujeres muertas “por violencia de género” en el mismo periodo de tiempo. Y, sin embargo, no parece que ninguna administración esté tomando medidas contundentes al respecto.

Cada comunidad autónoma tiene sus propias normas sobre socorristas en piscinas en función de los metros cuadrados de superficie de agua. Los requisitos para obtener el título de socorrista parecen del todo insuficientes, tanto que las piscinas se llenan cada verano de jovencísimos socorristas (a menudo, menores de edad) dispuestos a sacarse un dinerito extra para sus vacaciones. Sus sueldos son miserables para la enorme responsabilidad que tienen en sus manos (responsabilidad exclusivamente moral, ya que la Justicia les ha eximido de responsabilidades civiles y penales en la práctica totalidad de episodios de ahogamiento) . Su trabajo no suele estar supervisado directamente por nadie: en muchas piscinas comunitarias vemos frecuentemente cómo algunos se pasan la jornada aburridos en una hamaca, móvil en mano, sin prestar la debida y agotadora atención a lo que sucede en el agua. Prueba de ello es que muchos de los bañistas que se ahogan (niños tantas veces) lo hacen ante su ingrávida presencia. Su función parece consistir exclusivamente en cumplir con la normativa y ahorrarle así sanciones a la comunidad de vecinos o al club.

Algunos países que han desarrollado protocolos muy estrictos para evitar ahogamientos. Las premisas son la educación en prevención, enseñar a nadar a edad temprana, la vigilancia responsable de padres y socorristas en el entorno de playas y piscinas, el control de aforo y las barreras a las zonas de agua. Pero también la tecnología pone al alcance de todos, por precios ya asequibles, herramientas como pulseras que activan alarmas cuando el niño que la porta cae al agua. Otras pulseras-sensores alertan al socorrista cuando el que las lleva se sumerge a más de uno o dos metros de profundidad. Y las hay que incluso inflan un mini-airbag y sacan a flote al que se hunde. Algunos estados de EEUU ya exigen su uso a niños en todas las piscinas. La pregunta es si en nuestro país se tomarán algunas medidas especiales eficaces o si seguiremos viendo, en los próximos años, cómo la cifra de ahogados sigue aumentando un 10% cada año.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios