Alessio González

asgonzalez@europasur.com

Salvajes

Carteles para pedir que no peguen ni insulten a los sanitarios. ¿Qué clase de sociedad ha normalizado esto?

Llega un momento en la vida en la que uno cruza el ecuador y se empieza a familiarizar con las rutinarias visitas al centro de salud. Hoy por esto, mañana por aquello y pasado, ya veremos. Es el ciclo de la mayoría de los mortales y tampoco estamos aquí para poner en debate lo obvio.

Lo que a mí particularmente me ha llamado la atención en estas habituales citas a nuestras dependencias médicas -porque son de todos, no lo olvidemos- es la presencia muy visible de carteles que recuerdan a los usuarios cómo comportarse ante los profesionales sanitarios. Mensajes en un folio A4 sobre nociones básicas de educación y saber estar, sobre un respeto en público que uno -ingenuamente- daba por aprendido y asumido desde que prácticamente le soltaron de la manita en el colegio.

Estos mensajes también advierten de las consencuencias legales y penales de faltar o agredir física o verbalmente a un médico, un auxiliar, un conserje, en definitiva a una persona que está ahí para ayudarnos, para ayudarte.

¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Qué clase de perturbación debe tener alguien en la azotea para agredir a un sanitario? ¿Qué sociedad permite e incluso ha normalizado esto? Que se nos recuerde por escrito que no se debe agredir a un profesional de la salud, en su mayoría mujeres, que son las que han criado a su vez a sus propias familias. Aunque también hay profesionales masculinos agredidos en este sector y no quiero que pase por alto.

Insisto, ¿en qué sociedad vivimos? Una que, por lo pronto, tiene un grave problema de educación en lo más profundo de su base. Y no se puede abordar como un desliz o un calentón, mucho menos cuando los datos más recientes alertan del incremento de las agresiones en centros de salud y hospitales. Sí, también al que va usted.

Ni que decir tiene que las administraciones competentes miran para otro lado y se pasan la pelota entre los gobiernos central y autonómico como con casi todos los problemas que implican esa falta de humanidad. Tienen aprietos más acuciantes como asegurarse el sillón cuatro añitos más.

La sanidad pública, que no es gratis, debería señalar a esa clase de salvajes -sí, salvajes- con algún tipo de sanción económica ejemplar o con la retirada temporal incluso de sus derechos sanitarios porque hay quienes todavía se creen con el poder a todo cuando cruzan el umbral de un ambulatorio.

Carteles para pedir que no peguen ni insulten a los sanitarios. El mero hecho de escibirlo me repugna. ¿Qué será lo siguiente? ¿Notitas en la calle para aconsejar que hay que dar los buenos días y las gracias? No me extrañaría.

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