Era guapo Marlon Brando. Al Pacino y Robert de Niro ya acusan las arrugas y posiblemente la disfunción eréctil, y viven hoy de un don para la interpretación y de los cien millones de polvos que habrán echado, pero también eran guapos. Jesús Castro tiene unos ojazos en los que quedarse a vivir y a Javier Rey lo veía yo en el gimnasio Metropolitano de Madrid y más de una vez tenía que refugiarme forzosamente en el decoro para no acercarme a él y darle un besito.

Estos cinco actores (tres leyendas y dos mojabragas, a secas) comparten una cosa además de la guapura: todos han interpretado a un mafioso o a un narco bastante puto amo y poderoso en su respectivo escalafón. No importa que unos se movieran en zodiacs y otros en un Fleetwood Series 75, o que el mafioso viviera en una mansión de Staten Island y el narcotraficante de primera línea de fuego anduviera por barriadas insalubres de un pueblo de Marruecos. Cada cual, a su manera, ejerce sobre nosotros un poder hipnótico.

La glorificación de la violencia y la delincuencia basadas en la construcción de personajes carismáticos es una de las armas más valoradas, pero también peligrosas, del cine, y su influencia en la percepción social del crimen puede provocar que sintamos indiferencia por un hecho inapelablemente punible o que hagamos pasar por bueno o romántico algo que abriga una realidad marchita.

El cine también nos ha enseñado que la lealtad del hombre se firma con sangre y con una omertá latente, y que la valentía puede demostrarse conduciendo a toda velocidad una zodiac con 1.000 kg de hachís mientras el pájaro acecha y deslumbra. Esto que trato de expresar comienza a ser preocupante cuando, además de cierta admiración, despierta en nosotros un sentimiento de identidad y hacemos de ello un parque temático que utilizamos como escaparate en el exterior.

David Gistau, que todo lo explicaba como nadie, escribía esto en una de sus columnas recogidas en El penúltimo negroni (Debate, 2021) tras visitar Corleone: "En Corleone ocurre algo paradójico. La ley del silencio acerca de la Mafia verdadera no impide que el pueblo acepte, casi gozosamente, ser un escenario, atractivo para el turismo, que remite a la Mafia de ficción, la de la película de Coppola (…) la Mafia es una ficción, una mentira, un souvenir estúpido".

Por eso, cuando conozco a alguien, me presento como algecireño y me dice: "Uf, allí en Algeciras manejáis eh, qué guapo, me encantó El Niño", le contesto que sí, que hasta Bachillerato cursamos Narcotráfico, que cuando nacemos el Ayuntamiento nos da una zodiac como a los aragoneses les dan un piso en Salou y que bien seguro estoy de que él ha hecho méritos sufridísimos para ganarse el carné de tonto.

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