¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Pelotas, no; balas, sí
Monticello
A estas alturas mis hijos ya saben que los días atribulados del padre, si son severos, desembocan a la noche en un cigarro puro –un fumón, dice mi hijo Víctor– y un pase de El hombre tranquilo. También que, en esa velada terapéutica, su insensato padre les sacará de la cama, en hora probablemente inconstitucional, para que asistan a nuestras dos escenas predilectas. El primer beso entre John Wayne y Maureen O’Hara, con la casa en penumbra, las cenizas barridas, y tras el tirón escultórico y patriarcal del brazo de la amada. Y después, el otro beso, huidos los novios del casamentero, bajo la lluvia y los truenos, entre las cruces celtas, los dos medio empapados y asustados del amor en curso, de haber renunciado, como dijo Javier Marías, al reino de la posibilidad, para aferrarse uno al otro.
Podría uno vivir en los límites de esa historia, es decir, en Innisfree, y por eso es un refugio. La taberna, los amigos, la tierra, el amor romántico. Una fábula conservadora que gira, en el fondo, sobre el derecho a la propiedad y la poesía. Sabemos por esas Impresiones sobre Irlanda que escribió Chesterton, y nos ha traducido la gran Victoria León, que Poesía y Propiedad fue el título de una conferencia que, bajo el acicate de Yeats, impartió el escritor en el Arts Club dublinés, y que giró sobre la relación poética y política del irlandés con su terruño. Para un pueblo pobre o en diáspora, el territorio, su minifundio espiritual, adquiere condición sagrada, y la poesía sería una forma de retener simbólicamente la tierra perdida u obtener la prometida. La humilde cabaña de madera y zarzas que esperaba a Sean Thornton, a John Wayne, en Innisfree, era suya y era, al mismo tiempo, Irlanda entera, perdida y recobrada. Un pequeño huerto, una viña modesta y reservada, decía Chesterton, como espacio de democracia militante o, digamos nosotros, de socialismo fordiano. En el primer cuatrimestre de la carrera de Derecho, los romanistas enseñan a los alumnos que la propiedad se puede adquirir mediante una posesión pública y pacífica, ininterrumpida, de buena fe. No es propio del Código Civil regular el título de aquellos que premeditan y cuidan su ilusión en objetos y lugares. Borges los llamó Los justos, gente que asume una intransferible responsabilidad de vida y que merece, en cualquier caso, usucapir el dominio pleno sobre la paz encontrada, tanto como los amantes Sean y Mary Kate las llaves de su cabaña en Innisfree.
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