Pinturas del principio del mundo

07 de julio 2023 - 00:45

Las tierras que flanquean el Estrecho de Gibraltar fueron consideradas por la poco cuestionada aunque colonizadora cultura clásica como un espacio apartado donde se ubicaba el fin del mundo conocido. En el extremo occidental del posesivo mar se erigieron míticas columnas más allá de las cuales se abría la inquietante inmensidad de lo ignoto. El apartamiento se consolidó tras sucesivas expediciones que desde puertos orientales se dirigieron hacia el oeste en busca de las riquezas que albergaban las tierras de Occidente. Este apartamiento nunca fue tal para los silenciados indígenas de estos pagos, para quienes el entorno del canal fue su particular centro del mundo y el lugar donde se desarrolló una cultura que debemos reivindicar.

En la ribera septentrional de un paso entre continentes, que decenas de milenios atrás debió de ser menos difícil que ahora, se abría una geografía particular. Por el este, la mole blanca y caliza del peñón de Gibraltar protegía una enorme rada donde desaguaban dos caudalosos ríos que formaban sendos paleoestuarios: el Guadarranque y el Palmones. Hacia el oeste, una cadena montañosa se abría a través de estratégicos valles o canutos que ponían en comunicación las fragosidades mediterráneas con las amplitudes atlánticas vertebradas alrededor del vasto y rico corredor de la Janda. En estas sierras, las geométricas y lineales lajas de arenisca fueron carcomidas por los constantes vientos y formaron una sucesión de abrigos y cuevas habitadas desde decenas de miles de años. Los habitantes del entorno dejaron pronta huella en un lugar de pasos y corrientes: el temprano legado de los últimos neanderthales en las gibraltareñas cuevas de Gorham y Vanguard, los grabados y protomos de la cueva del Moro en la sierra de la Plata o las posteriores escuadras de barcos pintadas en la Laja Alta. Con pigmentos óxidos y aglutinantes naturales, anónimas y expertas manos pintaron su mundo: manadas y humanos en Bacinete, completos catálogos de fauna lagunar en el Tajo de las Figuras, escenas esquemáticas y superposiciones en Palomas, punteados en Los Ladrones, símbolos esenciales en la cueva del Sol u Orcas en la de Atlanterra.

Junto a sufridos alcornoques, venerables quejigos, mágicos viburnos y la sombra errática de los buitres, un conjunto de abrigos custodia admirables muestras de los primeros balbuceos del arte. La UNESCO reconoció como Patrimonio de la Humanidad en 1998 el arte rupestre de un arco mediterráneo hispano que, inexplicablemente, dejó fuera el del extremo sur peninsular. Varios infructuosos intentos no han sido capaces de incluir nuestras pinturas bajo tan benefactora protección. Es muy necesaria la concienciación de la sociedad civil, el apoyo de las administraciones, la catalogación de nuevas localizaciones y la ejecución de novedosos estudios para lograr el reconocimiento patrimonial de un arte que a duras penas sobrevive en las oquedades de una geografía que tuvo mucho de principio, aunque olvide con frecuencia su historia.

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