Esta misma mañana, una señora con dos perros intenta acceder a un restaurante donde se prohíbe la entrada de animales. Monumental indignación de la mujer y posterior comentario: "Mis perros son mejores que las personas, no lo olvide". Desde luego, difícil de olvidar una frase así. Una frase que no escucho por primera vez y que me causa una profunda inquietud. No ya sólo por su trasfondo psicológico, sino por el impacto real que tiene en la vida cotidiana.

Opiniones puede haber para todos los gustos acerca de los comportamientos caninos o humanos. Hasta ahí cada cual es libre pensador y comunicador. De lo que no estoy tan segura es de la congruencia social de pensamientos como los siguientes: "Prefiero tener un perro que un hijo" o "con mis mascotas tengo suficiente familia". Cada uno es libre de decidir cómo vivir su vida y de qué, quién o quiénes rodearse. Faltaría más. Pero, son frases que me chocan, sobre todo, porque en nuestro país el sistema de pensiones se hunde sin remisión y porque el principal problema al que se enfrentan nuestros ancianos es la soledad y la necesidad de asistencia o ayuda a domicilio.

Con la primera oleada de jubilaciones de la generación de los Boomers, llegan las preocupaciones de los estadistas que ven que las cuentas ni salen, ni van a salir y posiblemente llegará el día en que en el fondo del saco de las pensiones no queden más que telarañas.

Como es natural, todo el mundo espera y desea acceder a su pensión cuando llegue su jubilación y a lo mejor resulta que, llegado el momento, sea imposible que la sociedad mantenga a sus mayores. Más aún si cambia el modelo sobre el que se construyó el patrón, que es el principio de solidaridad generacional. Porque ni el perro, ni el gato ni la iguana van a cubrir ese gasto, a menos que evolucionen las especies de manera asombrosa.

Si la sociedad prefiere tener mascotas en lugar de hijos nadie es quién para indicar el camino, ya lo dijimos. Hasta ahí, bien. Pero, como dice el refrán no podemos tener "teta y sopas". Este giro social significa que el modelo ha cambiado, se desequilibra y es hora de ir buscando nuevas fórmulas que permitan la continuidad de los relevos en el terreno laboral. De lo contrario, en breve el problema no será ya una simple cuestión ética o moral, sino de gran calado económico.

Mascotas sí. Pasión por ellas sí, pero cada cual en su lugar. Habrá buenas y malas personas, igual que animales adorables y peligrosos. Pero, no. No me comparen. Lo demás, ya se verá, cuando pase el jubileo y necesitemos que alguien nos dé un beso o un abrazo, cuando ya no podamos con nuestra alma. Tal vez tengamos que pagar también por ellos.

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